jueves, 10 de junio de 2010


Acabamos de tomar tierra

El SAR tenía un acuerdo tripartita con Italia y Francia con los que se realizaban ejercicios de entrenamiento desde distintas bases de estos países y España.
En cierta ocasión viajamos a Italia para unas maniobras conjuntas pasando varios días en la ciudad de Pisa.


Paseando por la ciudad

Una de las noches acordamos toda la tripulación salir de “marcha”, preguntamos a los compañeros italianos por un lugar de ambiente nocturno y nos indicaron uno muy parecido al Arenal de Palma, seguramente que habría movida en verano pero en la época que nosotros fuimos aquello estaba desierto, todo estaba cerrado y oscuro como boca de lobo.
Con un vehículo oficial nos trasladaron al lugar indicado y aquello estaba bastante solitario, a lo lejos se divisaban unas luces donde parecía haber movimiento, tomamos un taxi que nos dejó al final de un largo paseo bordeando una playa; caminamos y caminamos sin ver nada ni encontrar establecimiento de ninguna clase, en la distancia vislumbramos una luz de neón y pensando que allí se encontraba el lugar deseado nos dirigíamos a ella, había muchas luces como ésta pero nuestro asombro y decepción fue al leer en todas las que encontrábamos a nuestro paso: RISTORANTE, TRATORIA, PIZZERÍA; y así uno tras otro hasta que cansados de caminar nos metimos en el primero que encontramos en nuestro paso para hacer honor a nuestra fama de buenos triperos y ponernos morados de pizza y espaguetis.

A la salida llovía suavemente un chirimiri parecido al de Galicia y no molestaba para pasear por aquel amplio paseo a aquellas horas de la noche, la temperatura era agradable y no teníamos ningunas ganas de irnos a dormir, pisando tranquilamente por la calzada apenas iluminada nos dimos cuenta de que algo crujía bajo nuestros zapatos y al mirar nos dimos cuenta de que eran caracoles, una inmensa plaga paseaba por todas partes, y no nos vino otra idea mejor que regresar al restaurante y pedir unas cuantas bolsas de plástico, nos pusimos a recogerlos hasta que las bolsas estaban a rebosar, a continuación tomamos un taxi que nos trasladó hasta la Base y lugar donde se encontraba aparcado nuestro avión en el que metimos la bolsas bien atadas y cuidadosamente colocadas en la parte trasera donde se encontraban las balsas y paracaídas. Nos fuimos a dormir al hotel y al día siguiente a primera hora nos dirigimos a nuestro aparato para cumplir la misión de búsqueda en el mar que teníamos programada y nuestro asombro fue que al entrar a la aeronave descubrimos que los caracoles se habían escapado de las bolsas y pululaban por todas partes: en la cabina, por el techo, debajo de los asientos y hasta en la pantalla del rádar. Mientras el avión despegaba y nos dirigíamos al lugar del ejercicio nos pusimos a recoger y retornarlos a las bolsas atándolas fuertemente para que no se volvieran a escapar. A los pocos días en nuestro destino preparamos una gran caracolada para todo el Escuadrón que nos chupamos los dedos con los sabrosos caracoles italianos bastante más gordos que los que se encontraban por aquí.

En otra ocasión nos trasladamos a Almería para recoger un paquete, al tomar tierra el mecánico observó que una de las hélices estaba deteriorada con una fisura; era muy peligroso volar en este estado y el jefe de la tripulación tomó la correcta medida de quedarnos en esa localidad hasta que al día siguiente viniera otro avión o helicóptero a socorrernos trayendo la pieza a reponer.
Ya era casi de noche y como en ese aeródromo no había alojamientos para personal transeúnte, nos dirigimos al cuartel de la Guardia Civil para averiguar si en esa localidad existía algún lugar para pernoctar el personal militar en las condiciones que nosotros nos encontrábamos: con el mono de vuelo por única vestimenta, sin dinero y hambrientos como era de suponer.
El Comandante de puesto nos indicó que en Almería estaba de maniobras el Ejército de Tierra y todos los alojamientos se encontraban repletos, de manera que la única solución que nos ofreció fue quedarnos alojados en el mismo cuartel.
Después de acoplarnos lo mejor que pudieron nos desplazamos a un bar muy cercano para tratar de cenar o tomar algo, no sin antes hacer recuento del dinero que llevábamos entre todos y después de reunir unas nueve mil pesetas nos dirigimos al local algo cabizbajos por el escaso presupuesto y comentando, al menos hay para una cervecita con su correspondiente tapa, no nos iremos a dormir de vacío…
Al llegar al bar tomamos asiento en una mesa para cinco personas: piloto, copiloto, mecánico, radarista y buscador.
El lugar era bastante agradable, iluminado y con mucho ambiente, sobretodo al percibir los efluvios que salían de la cocina a pescadito frito.
Observamos a un camarero que pasaba junto a nosotros portando una bandeja con cinco jarras de cerveza y una bandeja de pescado frito hasta el colmo.
Me levanté de mi asiento y pregunté cuanto valía aquello,A lo que él me respondió con un cerrado acento andaluz: mil quinientas pesetas.
¡Gracias! Le respondí con satisfacción por haberle hecho la pregunta.
Como me habían hecho tesorero provisional de la tripulación, cuando se acercó el mismo camarero a nuestra mesa le indiqué que nos sirviera cinco bandejas exactamente iguales a la que transportara anteriormente.
Nos metimos entre pecho y espalda cinco jarras de cerveza y una soberana bandeja de pescadito frito cada uno y aun nos sobró para el postre y lo cafés.
El mecánico que tenía fama de tacaño, además muy religioso y cada vez que tomábamos tierra lo primero que hacía al llegar a cualquier parte era entrar a rezar a la iglesia más cercana, estaba muy contento por la copiosa cena bien regada y al parecer le remordía la conciencia, porque al hacer recuento en nuestros bolsillos él mintió porque tenia bien guardado más dinero, por lo que arrepentido dijo que nos pagaría un güisqui.
Todos terminamos contentos, con las cervezas y con el cubata mucho más, por lo que el jefe de la tripulación capitán Toledo nos propuso dar una vuelta por los lugares nocturnos de la capital andaluza.
¿Y con que dinero?
Con la VISA nos respondió con cara de pillo
¿Con que VISA? Preguntamos todos.
La del avión en reserva.
A excepción del Comandante de aeronave nadie sabía que en todos los aviones existe unan carpeta con instrucciones para casos especiales y en su interior una tarjeta VISA para casos específicos, como pagar combustible en el extranjero en caso de que no hubiera acuerdos concretos y para posibles casos como el que nos ocurrió en esta ocasión; naturalmente que no se podía gastar en ir de copas y menos a lugares nocturnos de cierta reputación.

El capitán Toledo nos dijo que el dinero gastado sería justificado con el gasto de la cena y el resto reintegrado de nuestros propios bolsillos, de manera que tomamos un taxi que nos condujo al aeropuerto, entramos al aparato y sacamos la tarjeta de su escondite.
Después de dejar “al cura”, que así le llamábamos al mecánico por su religiosidad en su alojamiento del cuartel de la Guardia Civil, continuamos con el mismo taxi hacia los lugares de la “noche loca” almeriense.

Los cuatro inseparables compañeros de vuelo visitamos varios bares de alterne llamados en aquella época “puti-clubs” .
Estos exclusivos sitios eran ciertamente cochambrosos, malolientes y con un cierto encanto especialmente para hombres de los pueblos acostumbrados a ello, donde se inhibían de su vida cotidiana para echar una canita al aire.
El lugar se identificaba por una luz roja en la puerta y un cartel estrafalario con letras que lo anunciaban un tanto peculiar con nombres inconfundibles: El Búho Rojo, El Chacal, La Media Naranja, Oasis, El Rincón del Vicioso, etc.

En su interior reinaba la oscuridad predominando luces rojas muy tenues.
Solía haber una larga barra con señoritas para servir las bebidas, otras chicas pululaban por fuera para el alterne, que consistía en algo parecido al Rumbo Club pero no tan caro; normalmente pedíamos una consumición para cada uno, se acercaban chicas a nosotros para que las invitáramos y entre racaneos, risas y bromas, terminaban alejándose sin la invitación, porque ya sabíamos de antemano que invitar a una de estas furcias suponía pagar un buen precio por “su” copa y mucho menos a unas tipejas la mayoría de avanzada edad, feas, ajadas y con un aspecto realmente repugnante.
Nosotros a lo nuestro: beber, reír, charlar y contemplar el ambiente nos bastaba.

En uno de estos “antros” el capitán Toledo descubrió a un brigada legionario con el que estuvo destinado en un destacamento de África, la sorpresa fue morrocotuda y la alegría mayor al encontrarse saludándose efusivamente.
El brigada estaba acompañado de otros legionarios y habían caminado unos veinte kilómetros hasta llegar a la ciudad para tomarse unas copas, normalmente terminaban emborrachándose; estaban en las maniobras que nos comentaron los guardias civiles y uno de ellos llevaba una de las suelas de la bota totalmente despegada por el camino recorrido; esto nos hizo gracia, nos juntamos al grupo y continuamos el recorrido nocturno.

Los legionarios parecían esponjas, bebían sin parar y con tal rapidez que parecía como si fuese la última vez que lo hacían. Lo que más me asombró fue cuando uno de los legionarios sacó del bolsillo un paquete parecido a una petaca de tabaco con una sustancia parecida a chocolate de donde tomó un trozo y calentándolo con una cerilla lo desmenuzó y mezclándolo con tabaco normal se lió un “porro” del tamaño de un cigarro puro; después de encenderlo con cara de deleite lo fue pasando entre todos hasta acabarlo por completo.
Así continuamos entre copa y porro hasta entrada la noche.
Terminamos en una sala de fiestas parecida a la de mi ruina monetaria en Zaragoza, el que no estaba borracho estaba mareado por los efectos del hachís, sobretodo yo que nunca lo había probado, se me iba la cabeza, sentía mareos y ganas de vomitar, aunque no niego que también sentía un cierto bienestar.
En medio de una actuación los legionarios comenzaron una trifulca: golpes, puñetazos, tortas y sopapos por doquier, muebles volando y botellas rotas, hasta que legó la policía acabando todos en el cuartelillo.

Estas trifulcas eran normales en la ciudad donde muy a menudo se realizaban maniobras y era sabido por las autoridades que los legionarios terminaran de esta manera sus correrías nocturnas, por lo que a la mañana siguiente nos abrieron las puertas y regresamos cada uno a su destino con la consabida resaca.
La verdad es que fue una noche memorable, una experiencia para recordar pero no para repetir.





Durante una visita a mi madre poco antes de morir

No hay comentarios:

Publicar un comentario