sábado, 12 de junio de 2010

CAPITULO I

ETAPA DE SOLDADO ALUMNO EN LA ESCUELA DE TRANSMISIONES

Resultó ser un cambio total en mi vida, me encontré mezclado entre casi mil jóvenes alumnos de todas las especialidades, desconcertado y acojonado, parecía un pavo en una discoteca, la mayoría eran hasta seis o siete años mayores que yo y con mucha más experiencia, estudios y sobretodo astucia y picardía que era bien necesaria para aquellos lugares, me encontraba como un “pardillo” pueblerino entre todos aquellos veteranos. Los había de todas las provincias, sobretodo andaluces, gallegos y extremeños, mayormente de procedencia humilde, algunos de clase media y hasta algún “hijo de papá” de familia rica, que al ser la oveja negra no podían hacer carrera de él y lo enrolaban en el Ejército a modo de reformatorio. La mayoría al cumplir el compromiso de cuatro años se licenciaban. Había de todo: gente buena y mala, con cultura y sin ella, pillos, rateros, jugadores, viciosos y pendencieros pero el régimen disciplinario que allí existía nos mantenía a todos a raya.
El mismo día de ingresar me entregaron un equipo completo de vestuario y aseo, me asignaron un fusil MAUSER calibre 7.62 con la culata de madera y el resto metálico donde tenía grabado un número que me tuve que aprender de memoria para no confundirlo con los demás. Al entregárnoslo el Brigada del almacén nos dijo: A partir de ahora ésta será vuestra novia y deberéis cuidarla y mimarla, siempre limpia y reluciente. Nosotros le llamábamos familiarmente “EL CHOPO”, venía acompañada de una bayoneta de unos 40 centímetros y su peso era de 9 kg. a veces me parecía que pesaba más de 80.

Nos alojaron en unos edificios de dos plantas divididas en dos naves, en cada una había ocho departamentos con seis literas y sus correspondientes taquillas para guardar el equipo de ropa y demás enseres. Los “Chopos” estaban colocados en sus respectivos armeros en el pasillo y frente al departamento. Al fondo de la nave estaban los aseos.

También me entregaron un cubierto tipo tijera con cuchara, tenedor y cuchillo que normalmente siempre lo llevaba a todas partes metido en el bolsillo, ya que corría el riesgo de olvidarlo en algún sitio y en alguna ocasión tuve que comer con la cáscara de un mejillón, pedirlo prestado o comer con los dedos. En caso de perderlo me las tenía que ingeniar para procurarme otro, bien mangándolo o comprarlo en la cantina que vendían de todo desde tabaco, bebidas, bocadillos, material de escritorio y aseo. Era muy frecuente la desaparición de objetos que por despiste dejabas olvidado sobre la cama o en cualquier otro lugar, alguien pasaba por allí y se lo quedaba. Cinturón, gorro o cualquier cosa apetecible o carente. Lo que más temía era la pérdida del gorro pues te podían caer ocho días de arresto si no lo llevabas puesto, algunos lo identificábamos claramente con letras grandes y bien visibles e el interior.


Fusil mauser conocido también por mosquetón

Características del arma:
Calibre: 7,92 mm.
Velocidad inicial en boca: 720 m/s

Alcance máximo: 3.200 m
Alcance eficaz horizontal: 2.000 m
Alcance eficaz de empleo: 200 m.
Alcance con alza telescópica: 600 m.
Capacidad del cargador: 1 peine de 5 cartuchos.

El machete

Me resultó muy impresionante cuando entré por primera vez en la escuela, era un cuartel enorme con una gran puerta principal donde estaba situado el Cuerpo de Guardia, todo el perímetro alambrado y rodeado de garitas con sus respectivos soldados en su turno de vigilancia. Había Pabellones y edificios para el alojamiento de Jefes, Oficiales, suboficiales y la tropa, aulas para las clases de todas las especialidades, un inmenso comedor con capacidad para 1.500 personas con mas de 120 mesas para doce comensales en cada una, adosado a éste una enorme cocina con grandes fogones donde se hacía el rancho que era servido a las mesas por un voluntario de la misma.

La plaza de armas donde se practicaba la instrucción, y los desfiles era tan grande como dos campos de fútbol. También había un polideportivo, un campo de maniobras, tiro y una enfermería.

Ocupaba una gran extensión rodeada de campo por los cuatro costados, estaba muy cerca de un pueblecito llamado Alcorcón y a unos 10 km. De Madrid.

Anexo al cuartel había un aeródromo con un angar, dos aviones tipo JUNKER y un helicóptero H-107 muy pequeño con la carlinga transparente y en forma de burbuja. Teníamos prohibida la entrada y todas las actividades que allí se desarrollaban las observábamos desde fuera a través de una alambrada. Fue la primera vez que observé aviones desde tan cerca.

Por curiosidad os diré que este avión Junker era un bombardero alemán que fue utilizado en la segunda guerra mundial y en la guerra civil española donde desparramó miles de toneladas de bombas en las zonas ocupadas por el enemigo de Franco, estos aviones vinieron de Alemania, la mayoría pilotados por alemanes, alguien me contó que en ocasiones a falta de bombas tiraban bidones llenos de gasolina que al caer incendiaban todo lo que pillaba.

Tenía dos potentes motores, una capacidad para unos 30 hombres incluidos dos pilotos, un mecánico, un radiotelegrafista y dos armeros. También se utilizaba para lanzamiento de paracaidistas y transporte. Por su lentitud en el vuelo lo llamaban vulgarmente “Pavas”, pero era muy seguro, ya que en más de una ocasión se le llegaron a parar los dos motores y ha tomado tierra planeando. Como anécdota curiosa os contaré que tuve un compañero que volando en uno de estos, en una ocasión se le pararon los dos motores, se lanzaron todos en paracaídas y el aparato tomó tierra totalmente vacío de tripulantes sobre un llano rastrojo.





Me encuadraron en un pelotón compuesto por doce alumnos incluido el cabo o jefe de pelotón, este solía ser un soldado de reemplazo que se había reenganchado e ingresado en la escuela como uno más de nosotros, pero al ser mas veterano nos enseñaba la instrucción y nos conducía militarmente en formación a todas partes, a las aulas, deportes, e incluso al comedor donde ocupábamos una mesa, él era el encargado de repartir las raciones de comida y como bien dice el refrán La comida generalmente era muy mala. Rancho para 1.500 hombres de 17 a 25 años hambrientos como lobos que cuando te descuidabas desaparecía lo que tenías en el plato. Como en todas partes también los había remilgados que no les gustaban algunos menús y si coincidías a su lado tenias la suerte de que te lo cediera. A la entrada del comedor nos daban un “chusco” barra de pan aproximadamente de medio kilo para todo el día, teníamos que administrarlo para la comida, cena y desayuno que consistía en una taza de agua turbia a la que llamaban café con leche y en este potingue remojaba el trozo de chusco que guardaba de la noche anterior, si no me lo había cepillado antes de irme a la cama por el hambre que arrastraba.

A las siete de la mañana sonaba el “toque de diana” y pegando un salto con la máxima rapidez nos teníamos que vestir y asear en cinco minutos, formábamos a la puerta del edificio donde el cabo pasaba revista y si alguno se presentaba con alguna prenda mal colocada o un botón mal abrochado se ganaba un arresto que normalmente podía consistir en un fin de semana sin salir del cuartel o pasar una noche en el calabozo. Desde allí nos dirigíamos al comedor para el desayuno y a las ocho en punto comenzaban las clases de morse, aeronáutica, meteorología, etc. Por las tardes teníamos cuatro horas de instrucción y táctica militar, una hora de deportes antes de la cena y a continuación estudio hasta las nueve y media que se pasaba lista, leían la orden del día y se nombraban las imaginarias de esa noche, los servicios varios y de limpieza para el día siguiente. A continuación a la cama y a las diez en punto sonaba el toque de silencio. Las “imaginarias” eras unos servicios nocturnos de vigilancia en los dormitorios que normalmente todos aprovechábamos para estudiar. Nombraban cuatro imaginarias repartidas durante la noche en un mismo número de turnos.

El recluta inberbe






De recluta con el uniforme de paseo y mi sobrina Sonsoles


El horario de clases era de ocho a una por la mañana, la comida a la una y media y a las tres comenzaba la instrucción, táctica y deportes. A las ocho la cena, estudio hasta la hora de pasar lista y a dormir.

En el mes de mayo fue la Jura de Bandera que resultó impresionante, en aquella inmensa plaza de armas con casi dos mil hombres desfilando al compás de trompetas, tambores e himnos militares. Asistió mucho público al acto; familiares y curiosos que les gustaba presenciar este bonito acontecimiento que se realizaba una vez al año.

A partir de aquí deje de ser “recluta” y comencé a realizar mis primeras guardias en los puestos de vigilancia y garitas diversas que rodeaban todo el acuartelamiento, algunas bastante alejadas en donde se pasaba “cague”. Había una en particular que todos la temían y la llamaban “el solitario”, estaba pegada a los angares y por la noche se percibían ruidos muy extraños. Decían que por allí merodeaban los fantasmas de los pilotos que habían muerto en acto de servicio. A este puesto le tenía verdadero pánico y cuando el cabo realizaba el sorteo, pedía a Dios que no me tocara y tuve la suerte que solo me tocara una vez en el transcurso del tiempo que permanecí en la escuela. Fueron dos horas terribles y a pesar de estar armado con el fusil cargado lo pasé bastante mal, pero era cuestión de echarle cojones y aguantar los ruidos que naturalmente todos eran de origen muy natural: chirridos de chapas que se movían con el viento, pájaros que se movían en su infinidad de escondites y nidos bajo el tejado y otros que parecían salir de ultratumba, no me atreví a salir de la garita ni para mear.

Llegó el verano y con éste dos mesazos de vacaciones del 15 de julio al 15 de septiembre. Unas vacaciones que se me hicieron deliciosas, como aún me quedaba algo de dinerito ahorrado pasé un verano maravilloso, después de una estricta disciplina aquella libertad se me antojó como vivir unos días en el Paraíso, con los amiguetes y los baños en el río, la pesca, excursiones, merendolas y largos paseos con las chicas por la tarde en la alameda, donde los jóvenes al igual que en Villacarrillo se citaban para el paseo diario. Éramos una pandilla de cuatro amigos que siempre íbamos juntos a todas partes y lo pasábamos muy bien, ellos normalmente trabajaban los días no festivos pero a la salida del trabajo nos reuníamos. Alguna tarde organizábamos una merendola en un bar merendero a unos tres kilómetros del pueblo, cada uno aportaba algo para comer: pan, algún embutido, lechugas y tomates para una ensalada, y regado con un buen porrón de vino con gaseosa pasábamos el rato, a continuación nos dirigíamos al paseo de costumbre donde los grupos de chavalitas nos estaban esperando.

Tenía 17 años recién cumplidos. Recuerdo que el día de mi cumpleaños me encontraba en Madrid y lo celebramos en casa de Tía Eloisa con mis hermanas las que me prepararon una grata sorpresa: como en el cuartel se comía tan pésimamente, me prepararon un pollo asado para mi solito y de postre un enorme flan de doce huevos con un premio en el fondo que no pude descubrir hasta terminármelo, y cuando estaba a punto de reventar apareció en el fondo una moneda de plata de 100 pesetas. Todas me observaban con deleite e impacientes por ver mi cara de sorpresa y admirando mi apetito.



Durante las vacaciones de verano en el río Aguacebas de Mogón


Pasó el verano y con gran tristeza me incorporé de nuevo a mis quehaceres militares, seguía con el mismo ritmo de trabajo, disciplina y estudios. Cada vez se me hacía más duro aunque ya me estaba acostumbrando a la disciplina y régimen militar que era muy severo. A menudo se cometían injusticias y pagaban justos por pecadores; en cierta ocasión que a alguien le faltó dinero de la taquilla, nos sometieron a un registro y en una de ellas encontraron que el propietario tenía guardada cierta cantidad, le preguntaron por su procedencia y se le ocurrió contestar que lo había ganado jugando a las cartas, y como el juego estaba prohibido, le hicieron declarar los nombres de los participantes en el juego, como supuestamente él fue el ladrón y siendo el castigo más grande por robo, seguramente le vino a la mente decir aquello para librarse de hasta una expulsión y nos involucró a tres compañeros más que no tuvimos nada que ver en el asunto, a los cuatro nos metieron un mes de calabozo.

El calabozo era como una cárcel, situado dentro de las dependencias del cuerpo de guardia, con ocho celdas y sus correspondientes barrotes de hierro y puertas blindadas con un fuerte cerrojo, estaban abarrotadas de arrestados que habían cometido diversas delitos propios de un cuartel, la mayoría de ellos sin importancia pero la disciplina se mantenía a base de mano dura. Cada celda estaba diseñada para cuatro personas pero estaba ocupada por el doble, teníamos que dormir en el suelo sobre una sucia colchoneta, sin sábanas y tapados con una manta, apretujados, pegado los unos a los otros y aguantando los malos y diversos olores propios de personas que no se lavan y se sueltan cuescos a placer. En un pequeño comedor nos servían el rancho siempre escoltados por los soldados de la guardia, en ocasiones nos dejaban salir a la calle en grupos de cuatro para que nos diera el aire. A veces nos enviaban a realizar trabajos forzados en la granja, plantar árboles por todo el cuartel, etc. Las muchas horas que pasábamos dentro de la celda procurábamos entretenernos en algo, normalmente jugar a las cartas si no nos las requisaban, ya procurábamos tenerlas bien escondidas. Como no teníamos dinero para hacer las apuestas nos jugábamos “coscorrones”, un día de mala suerte terminé con un chichón que me estuvo doliendo varios días. Ya estaba metido en el vicio del tabaco y como allí escaseaba bastante, me las ingeniaba para matar el “mono” de la mejor manera posible. Muchas veces fumábamos un cigarrillo entre varios, dando una calada por riguroso turno. Un día que no tenia nada para fumar se me ocurrió alargar la mano entre los barrotes de la ventana y coger unas hojas de acacia, secarlas en una estufa, envolverlas con un trozo de papel de una novela, me supo a rayos pero me calmó el “mono”.

En el calabozo había gente de todas las calañas: inocentes gilipollas como nosotros, ladrones, rateros, pillos, desertores y hasta un cabo legionario acusado de asesinato que fue capturado en Madrid y lo metieron allí en espera de ser trasladado a una prisión militar hasta el Consejo de Guerra. Recuerdo que tenía un aspecto de facineroso, era muy moreno de tez y cara de bruto, todos le teníamos bastante respeto y acojone . Era el que mandaba y nos mantenía a raya, haciéndose el propietario de todo lo poco que allí había. Estaba solo en una celda dependiendo directamente del oficial de guardia, le mantenían encerrado todo el día a excepción de las comidas, donde en una de ellas aprovechó la ocasión de arrebatarle el arma a un centinela y se puso como un loco amenazando a todos, menos mal que uno de los arrestados le hizo frente y con un mamporrazo lo desarmó, fue reducido e inmediatamente conducido a la prisión. El valiente que se atrevió a tal hazaña demostró tener un par de cojones, era compañero de mi promoción y estaba allí por sospechoso de un robo en el estanco de la escuela, posteriormente desertó antes de ser juzgado. Mas tarde supimos que se enroló en la Legión Francesa alcanzando la categoría de capitán en la campaña de Argel.

Esto ocurrió a principio del mes de diciembre, cosa que nos favoreció debido a que el día 10 se celebraba la festividad de la Patrona de Aviación y todos los que no estaban sujetos a procedimiento fuimos indultados saliendo del calabozo el mismo día de la Patrona al toque de diana. A esto le llamaban y era un espectáculo raro y digno de mencionar, ver a unos 50 tíos caminando con la colchoneta a la espalda el trecho que nos conducía a nuestras dependencias habituales, cantando y locos de alegría por abandonar aquel infierno.

La comida era realmente mala y escasa por lo que a muchos sus familiares les enviaban paquetes con alimentos, a mí algunas veces mi madre me mandaba un hermoso pedazo de tocino con el que me preparaba ricos bocatas acompañándolo con sabrosos tomates que tuve la suerte de encontrar unas matas paseando por los alrededores y cuidaba con celo llevándome los mejores conservándolos en la taquilla, otros con más suerte y familia pudiente les mandaban giros y se compraban bocadillos en la cantina. Otro detalle que me llamó la atención era un hombre vendedor de churros que se instalaba a la puerta del comedor a la hora del desayuno, algunos compañeros compraban para no tomar el café con leche aguado sin más, yo me solía guardar un trozo del chusco que nos daban cada día para repartir en las tres comidas a nuestro gusto, algún hambriento se lo zampaba de una vez, mi estómago cantaba “por soleares” casi a todas horas del día, más en mi pleno crecimiento, recordemos que ingresé por recomendación ya que la estatura mínima para ingresar debía ser no menos de 1.60 m. yo medía 1.59 pero el sanitario amigo de mi “enchufe” al pasar reconocimiento hizo la vista gorda, pues eso, el hambre me agudizaba a cada momento por lo que debía aguantarme o buscar algo para echar al estómago, en una ocasión de parada en la instrucción descansábamos sentados a la sombra de un follaje al lado de la depuradora, por casualidad me di cuenta de que ese follaje estaba formado por grandes plantas conocidas en Mogón por papas porras y es por sus raíces formadas de unos tubérculos parecidos a las patatas pero de sabor dulzón y ciertamente agradable al paladar, sin mediar palabras a mis compañeros me puse a escarbar con las manos y la agradable sorpresa de descubrir muchas de buen tamaño, saqué mi navajilla, me puse a pelar y comerlas con apetito, mis compañeros me imitaron, algunos con reparo por si podía ser un veneno o algo no comestible pero al ver que nada les ocurrió, desde aquel día, asaltábamos nuestra improvisada despensa de papas porras.

Papas porras y su flor

Alguna tarde salía a pasear por la gran ciudad con compañeros dando vueltas por las calles céntricas mirando escaparates ya que nuestro bolsillo no daba para más, en escasas ocasiones nos metíamos en un cine barato de sesión continua donde proyectaban dos películas muy antiguas, también por los pueblos cercanos y la mayoría de veces por los campos de alrededor en pandilla y muchas veces solo, es cuando encontré las matas de tomates nacidas y criadas de forma natural y aseguro que eran hermosas y tenía tomates bastante grandes, otras veces nos dedicábamos a cazar conejos y lagartos con trampas colocadas en las madrigueras que después nos zampábamos a la brasa de una fogata hecha allí mismo, merodeando por aquellos campos se encontraban árboles frutales, pinos piñoneros y muchos viñedos que en tiempo de cosecha nos aliviaba el estómago, en las mismas fogatas poníamos las piñas para extraerles los piñones.

Relataré una anécdota graciosa que me ocurrió en uno de estos paseos en solitario por Madrid, siempre tenía que vestir de uniforme por lo que al cruzarme con algún jefe o superior debía saludarle militarmente, una vez me crucé con un brigada del ejército de tierra, viejo, de colmillo retorcido, no me di cuenta al pasar a su lado y no le hice el saludo, él con cara de malas pulgas me llamó, me acerqué a él, me puse en la posición de firmes saludándole y me dijo con aire y autoridad militar ¿No sabe usted que hay que saludar a los superiores al cruzarse con ellos??? Yo me disculpé diciéndole que no le había visto por lo que su enfado fue mayor pues era un hombre muy enano, debió pensar que me burlaba de su estatura por lo que me ordenó diera la vuelta, me alejara y regresara para al pasar hasta 20 veces le hiciera el saludo como castigo, miré a mi alrededor, estábamos en plena calle transitada por muchos viandantes, le dije, <>, me alejé unos 20 metros y sin mediar palabras ni mirar hacia atrás, salí corriendo como alma que lleva el diablo y nunca más supe de este puto cabrón que me quiso humillar en pleno centro de la capital de España. Más de una ocasión he pasado por la puerta de un gran hotel u organismo oficial donde siempre estaba el ordenanza o portero de turno engalanado con entorchados y galones pareciendo un general y para no caer en la trampa como la vez anterior les saludaba, claro, él al verme se sonreí, cosas de reclutas…

Para desplazarnos desde la escuela a Madrid solo existía un medio de transporte, el tranvía nº 53 con salida en la estación del norte y parada final en la pequeña villa de Cuatro Vientos, siempre iba repleto de soldados la mayoría del ejército de tierra ya que por aquella zona, carretera de Extremadura, había infinidad de cuarteles, la parada final estaba en el pueblo de Cuatro Vientos a 2 km. de la escuela que debíamos recorrer a pie, muchas veces los he andado de noche al regreso y en alguna ocasión con un traguito de vino de más en mi cuerpo, era frecuente ver a grupos de hombres caminando cantando y dando traspiés consecuencia de esos traguitos de más.

El tiempo de ocio que no era mucho lo pasaba la mayor parte en la litera estudiando, charlando con los compañeros o practicando algún juego de jóvenes, algunos jugaban a las cartas incluso con dinero, yo nunca por la simple razón de que no tenía y el poco que ahorré cuando trabajé en la recolección de aceituna o me enviaban mis padres muy de vez en cuando trataba de administrarlo bien para bocadillos y tabaco. Los fines de semana si no estaba arrestado que podía ser lo más frecuente solía ir a Madrid a casa de mi tía Eloísa con la que vivían mis hermanas Carmen, Josefina y Angelines, ellas me daban cariño y sobretodo buenas comidas, a dormir nunca me quedaba pues a mi tía no le gustaba tener hombres en casa por lo que me iba a un acuartelamiento cercano donde estaba la unidad de salvamento terrestre SAR, una noche me ocurrido algo peculiar y digno de relatar aquí: en este acuartelamiento permanecían en alerta las tropas que movilizaban para salir a buscar restos de aeronaves en caso de accidente, una buena noche que me encontraba plácidamente durmiendo en una litera sonó la alarma y me tuve que incorporar a ellos para no levantar sospechas ya que estaba prohibido pernoctar en un cuartel al que no pertenecía; la odisea fue asombrosa pues todos montados en un camión nos trasladaron a la sierra de Navacerrada donde supuestamente había caído una avioneta, pasamos todo el día buscando por aquellas frías montañas repletas de nieve con el consiguiente riesgo de perdernos, era domingo y se acercaba la noche por lo que me tenía que incorporar a mi destino sin falta pues el arresto podría ser mayúsculo si llego tarde o falto, de modo que sin mediar palabras monté mi propia estrategia evadiéndome a la menor ocasión y largarme de allí echando chispas, tuve que caminar unos 8 kilómetros hasta la escuela. En otra ocasión en el mismo acuartelamiento era día festivo, por la mañana al tratar de salir por la puerta principal me di cuenta de que no llevaba guantes blancos, única prenda que usábamos para vestir de gala obligatorio en días festivos y para que el comandante de la guardia no me viera sin ellos y con el consiguiente arresto, me quité los calcetines que eran blancos y me los puse en las manos saludándole a su paso, una vez en la calle hacía el cambio y listo. Resultaba ridículo verme saludar al superior a la salida levantando mi mano sabiendo que lo que llevaba puesto no eran flamantes guantes blancos sino sucios calcetines sudados y claro que pasaba miedo al pensar en lo que me podía venir si me descubría, el calabozo estaba allí mismo.

Poco tiempo después terminé el curso de ayudante de especialista que llevaba consigo mi primer ascenso a Soldado de 1ª. Ayudante de Especialista OPP (Operador de pantalla de radar); Ya había conseguido mi primer galón de color verde el cual cosí con esmero sobre todas mis prendas de uniforme. Mi sueldo era de 122 pesetas con 65 céntimos hasta mi siguiente ascenso a cabo un año más tarde, me sentí orgulloso comunicándoselo a mis padres de inmediato en una carta a la que me respondió con otra de felicitación y un giro de 50 pesetas que me sirvieron para comprarme el rokiski, emblema que se llevaba en el pecho indicando la especialidad.



Dentro del círculo rojo llevaba la insignia correspondiente a cada especialidad o arma, el de los pilotos una hélice, en mi caso una antena de radar.

Realmente resultaba muy caro 50 pesetas que era como el doble del jornal de un obrero pero el orgullo de llevarlo superaba al esfuerzo.

Al terminar el curso normalmente éramos enviados al destino respectivo dependiendo de la especialidad de cada uno: base, aeródromo, torre de control, estación de radar, etc.

A nosotros no se nos asignó destino porque los rádares se estaban construyendo en los lugares más estratégicos de la geografía española y tardarían aún unos cuantos meses, de modo que, como allí nada teníamos que hacer, nos enviaron con permiso indefinido a nuestros respectivos domicilios paternales. De esta forma estuvimos casi un año hasta que por fin nos fueron llamando y asignándonos destino. Yo permanecí en Mogón casi diez meses los cuales aproveché en trabajos diversos para ahorrar un dinerito que más tarde me vendría bien: peón de albañil, recolección de la aceituna y ayudante de pintor de brocha gorda, estudiaba ingles en los ratos libres, mi padre me obligaba a practicar mecanografía y salía con los amiguetes a los paseos de costumbre.


Me incorporé a la escuela hacia septiembre de 1.958, aún tardaron unos meses en asignarme el destino, los que aproveché para trabajar como peón en una construcción de viviendas cerca de allí, (San José de Valderas), donde continué engrosando mis ahorrillos. Los fines de semana los pasaba en casa de Tía Eloisa con mis hermanas, paseaba por Madrid visitando museos, salas de arte y viendo películas en los muchos cines de la capital. También asistía de vez en cuando a las reuniones o guateques que se organizaban en casas particulares que consistía en preparar una pequeña merendola y con un tocadiscos se bailaba hasta las diez de la noche que era normalmente la hora de recogida, se hacían juegos divertidos y se conocían las parejas.

En uno de estos conocí a Isabelita, fue la primera chica con la que empecé a salir, tenía 17 años, era de Fuentepelayo (Segovia), alta, delgada, pelo muy negro y extremadamente religiosa. Cuando salíamos juntos solíamos ir al cine, a pasear por las calles y parques y nunca faltaba la visita de rigor a la primera iglesia que encontrábamos en nuestro camino. Alguna rara ocasión me dejó tomarla de la mano y jamás permitió que la besara, tan solo en la frente en el momento de vernos o a la despedida. Era muy charlatana, me hablaba de su familia que eran humildes labradores, de su pueblo, las fiestas y de muchas otras cosas. Ella me gustaba, fue mi primer amor a pesar de no estar muy seguro de ello, creo que puro y sincero pero no duradero pues al poco tiempo me destinaron a Calatayud y a mis pocos años me tiraba más la aventura que los amores y pensar en cosas serias. Ahora, después de tanto tiempo, mantengo ese dulce recuerdo como otros tantos pasajes de mi vida, que fueron tan dulces pero quedaron atrás perdidos en el tiempo.


Trabajando en las obras de San José de Valderas de simple peón y debido a mis pocos conocimientos de mecanografía me ascendieron a listero que consistía en llevar el control de los obreros y anotar las horas extras para pagarles cada semana, ya no tenía que realizar los duros trabajos tirando de pico, pala y carretilla. Me asignaron un cuchitril de madera y tejado de Uralita al que llamaban “la oficina” desde donde controlaba mi trabajo que era mucho más cómodo y llevadero, cada día el encargado de las cuadrillas me comunicaba las horas, yo las anotaba en un libro y realizaba las operaciones matemáticas para el sábado por la tarde liquidar a los trabajadores. El pago lo realizaba el encargado general que venía con un maletín y dinero fraccionado. Los hombres formaban una cola y por riguroso turno les íbamos abonando sus jornales y las horas extras, a continuación muchos de ellos se iban a Alcorcón que era el pueblo más cercano y desde donde cogían el autobús para Madrid y mientras esperaban se tomaban unos vinos en los bares, otros que procedían de lugares lejanos como Andalucía, Extremadura o Galicia y carecían de alojamiento regresaban a dormir en un barracón que habían habilitado a tal efecto, aprovechaban para hacer las compras de comida u otros enseres necesarios. Algunos se cogían una buena melopea y los tenían que trasladar otros compañeros. Los días de trabajo comíamos en el mismo barracón donde había unas mesas con bancos de madera y un fogón donde cocinaban una especie de rancho parecido al del cuartel pero con mas condimento, calidad y más sabroso. La comida la hacían los mismos obreros que se turnaban según sus conocimientos de cocina y el plato que ellos sabían hacer, naturalmente con productos económicos, nada de lujos pero normalmente comidas a base de legumbre, potajes, migas, y platos típicos de su región de origen, acompañado con vino y gaseosa, alguna pieza de fruta, un pequeño descanso y a seguir trabajando. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos los jornales eran muy pequeños y por este motivo se realizaban horas extras para engrosar la paga de la semana que muchos enviaban a sus familias. No más de 100 pesetas diarias incluyendo horas extras y ya era un buen jornal, teniendo en cuenta que en la recolección de aceituna pagaban 36 pesetas diarias, por esto se ausentaban de sus lejanos lugares de origen para poder enviar dinero a sus familias y poder vivir ellos.

Esta era la España de “Franco” de los años 50, aún no habían pasado dos décadas desde la terminación de la Guerra Civil y los resquemores, miedos y temores estaban en el aire. Noticias de algunos fusilamientos llegaban a nuestros oídos y la disciplina obligaba a ser severa, en la calle estaban prohibidos los corrillos de más de tres personas y hablar de política podía traer graves consecuencias.

España estaba embargada por el Mundo entero en todos sus aspectos; nada entraba ni salía del país, el abastecimiento era local, la industria, la economía, la agricultura estaba controlada por el Régimen Fascista hasta el extremo de ver circular automóviles de nuestra propia marca por las calles y carreteras SEAT, PEGASO y los recientes salidos a circulación BISCUTER, de los que sacaron infinidad de chistes por lo pequeños que eran. Aparatos de radio y electrodomésticos muy pocos, no había lavadoras ni televisión y apenas frigoríficos que solo disfrutaban los ricos; las cocinas seguían siendo de leña y carbón, en alguna casa si tenían una plancha eléctrica era un lujo.

Automóbil Biscuter

Me hice traficante, ¡no os asustéis!, que no se trataba de droga ni nada por el estilo. La droga en aquellos tiempos, gracias a Dios, ni había oído hablar de ella, lo desconocía por completo, solo nos apetecía drogarnos con un buen mendrugo de pan, un chorizo y un vaso de vino.

Mi forma de traficar consistía en la compra-venta de prendas de vestir: En la escuela había un montón de cabos 1º que realizaban el curso de sargento, al comienzo les entregaban tres equipos de vestuario completos, por la necesidad de dinero podían prescindir de una o dos prendas que me las vendían a mí por un módico precio, posteriormente yo se las vendía a los trabajadores por el doble de lo que me habían costado. Esto estaba totalmente prohibido y podía costarme un disgusto pero las necesidades apretaban y había que ingeniárselas para sacar “pasta gansa”¿Cómo me las ideaba para sacarlas del cuartel sin levantar sospechas?, pues de la siguiente manera: no podía esconderlas en una bolsa porque a veces las registraban, entonces me las ponía una encima de la otra, en la bolsa llevaba un par de zapatillas que me las ponía una vez vendido el par de botas que llevaba puestas. Con tres calzoncillos, tres camisas, tres pares de calcetines y tres monos de trabajo, a la salida parecía que estaba más gordo y posteriormente a la entrada mucho más delgado. Había que buscarse las habichuelas...

En marzo de aquel año 1959 justo a los dos años de servicio asciendo a cabo


Me suben el sueldo de 166.66 pesetas a 275.50 Pts. al mes con dos pagas extras, una por julio y la otra en navidades, no es un sueldo para tirar las campanas a vuelo por lo que continuo como listero en las obras sacándome una buena pasta que administro para comer, bocatas, tabaco y salir los fines de semana a Madrid a pasármelo bien con cierto poder adquisitivo.

Contaré una anécdota de un pequeño percance que me ocurrió ya siendo cabo, como dije anteriormente los cabos repartían la comida en las mesas, ya era repartidor y aunque el refrán diga que allí no es así porque todo se sortea y aunque yo era un buen comilón, no podía ni debía abusar de mis galones porque además de mi honradez, por encima estaban los demás que no me lo permitían, entonces debía buscarme alguna triquiñuela para llenar mi panza para lo cual en algunas ocasiones hacía una apuesta y consistía en comerme la comida de todos, si lo lograba ellos me daban una cajetilla de cigarrillos cada uno, mi apetito hizo que me tragara un caldero de sopa con fideos y 12 tajadas de pescado con patatas fritas, cuando vieron que me dirigía a atacar al postre me lo impidieron porque a ellos les gustaba, eran pasteles que pusieron ese día festivo y para celebrarlo les ofrecí un cigarrillo de los que había ganado que encendimos en la misma mesa y como estaba prohibido fumar en el comedor, vino el capitán de cuartel y me ordenó como jefe de mesa y permitirlo fuera a la peluquería a que me cortaran el pelo al cero, la cabeza me quedó como una bola de billar pero la panza bien llena. Era muy frecuente ver a soldados por la ciudad con el pelo rapado al cero, la gente estaba acostumbrada a verlos y nada pasaba pero el que la llevaba sentía cierta vergüenza por lo tanto se salía poco o nada del cuartel, entonces en el estanco vendían una loción llamada ABROTANO MACHO que decían crecía el pelo con mucha rapidez, así que allá que voy, me compro una botella de un litro y cada día me daba varias lociones y mi preciado cabello continuaba igual o a mí me lo parecía, una noche antes de acostarme me la estaba dando cuando un compañero sin querer rozó mi mano y la botella calló rodando por los suelos haciéndose mil añicos, al verlo el resto de compañeros que al igual que yo también estaban rapados, sin pensarlo se lanzaron al suelo y con ambas manos se rociaban el cuero cabelludo sin tregua alguna, con el consabido riesgo de clavarse algún cristalito.

Pocos días antes muere mi padre sin poderle dar la buena noticia de mi ascenso me encontraba en la cantina con unos compañeros que normalmente nos reuníamos para merendar cuando apareció un soldado de la guardia para darme la mala noticia. Rápidamente preparé mi bolsa de viaje con lo más imprescindible y con el pasaporte en la mano, en una furgoneta oficial me trasladaron a la estación de Atocha donde me reuní con mis hermanas, mi hermano Enrique que también se encontraba en Madrid y mis cuñados Miguel y Ken. Hacia las diez de la noche partió el tren con rumbo a la estación de Baeza donde tomamos un taxi que nos trasladó a Mogón, llegamos sobre las cinco de la madrugada, la casa estaba llena de gente velando el cadáver y a nuestra llegada salieron a recibirnos entre llantos y lamentos, fue impresionante, a continuación pasamos a la habitación donde estaba mi padre metido en un ataúd destapado, amortajado e iluminado por cuatro enormes cirios, como sabéis nunca he tenido apego a los muertos incluido mi propio padre pero no me quedaba más remedio que verle, mis hermanas se acercaron para besarle en la frente, yo me abstuve por el respeto que siempre le tuve y por lo que ya sabéis pero me di cuenta de un detalle que creo nadie notó y es que se mordía las uñas, claro, antes de morir por supuesto, tenia las manos cruzadas y me fijé en ellas, sobretodo en las uñas y me di cuenta que las tenía largas y bien arregladas.

El entierro estaba previsto para ese mismo día por la tarde y como resulta que ese cementerio no disponía de fosas abiertas ni sepulturero, la costumbre era que cada familia abriera las tumbas en algún lugar disponible y como las gentes de allí son tan supersticiosas no querían cavarlas antes de tiempo, de modo que, nada más amanecer inicié la búsqueda de algún jornalero que realizara la faena cosa que me resultó imposible, ya que estábamos en plena recolección de la aceituna y se encontraban trabajando, así que entre todos los hombres disponibles de la familia hicimos el hoyo lo mejor que pudimos. Fue una experiencia bastante desagradable e inolvidable, ¡cavar la fosa de mi propio padre!. Quedé traumatizado durante mucho tiempo y cuando se lo cuento a alguien le cuesta mucho creerlo.

Tres días más tarde regresé a la escuela, el 1º de abril por tener la graduación de cabo tuve que dejar el trabajo en la construcción porque en mi Unidad me reclamaron para desempeñar las funciones de instructor de reclutas. Otra vez con las actividades militares intensivas, pero en esta ocasión con la categoría de Jefe de Pelotón, muy respetado por mis inferiores, considerado por mis superiores y en un régimen bastante más agradable. Fui seleccionado para formar parte de la patrulla de tiro olímpico con la que participé en varios campeonatos militares. Tres días a la semana entrenábamos en un polígono de tiro, nos entregaban una caja de munición con 2000 cartuchos 7.62 para nuestros respectivos mauser y teníamos que terminarlos entre dos tiradores en cada sesión de entrenamiento. Disparábamos a un blanco asignado a cada uno situado a distintas distancias, moviéndolo cada vez más lejos, cada 100 disparos cesaba el fuego y nos acercábamos para comprobar las puntuaciones que un sargento anotaba en una libreta. Una anécdota curiosa y digna de mencionar aquí es que por aquella zona había cientos de conejos que sin miedo se paseaban por las zonas donde se encontraban los blancos de prácticas, cuando alguno se ponía a tiro no desperdiciábamos la ocasión de en vez de disparar al blanco disparábamos a los pobres animalitos que tranquilamente paseaban comiendo hierva y en alguna ocasión obteníamos nuestra recompensa asándolos allí mismo en una fogata.

Participé en varias competiciones: La primera eliminatoria fue en la Región Central (Ejército del Aire) en la que quedamos campeones de nuestro grupo. Dos meses más tarde fue la eliminatoria de grupos y también ganamos, quedamos seleccionados para el campeonato de España que se celebraría en Las Palmas de Gran Canaria tres meses después, en la que no pude participar porque me destinaron a Calatayud y un reserva ocupó mi puesto.

Los campeonatos eran bastante reñidos y con muy buenos tiradores pues participaban los tres ejércitos, Policía Nacional y Guardia Civil. Posteriormente supe que quedaron campeones de España la patrulla de la Guardia Civil, no era de extrañar, ya que entrenaban a diario, tenían años de experiencia y con edades muy superiores a la nuestra.



2 comentarios:

  1. Que historia tan impresionante, parece la de un libro de historia española o de algun relato militar. Tu vida fue muy dura Jesus, cuanto lo siento pero en aquella epoca no habia muchas opciones... mas si eras de familia humilde.Suerte tenia el que era de clase acomodada. Que disgusto, todos somos iguales.
    Veo que aun asi , luchaste y hoy eres un hombre con una experiencia imprecionante. Mis felicidades y te admiro mucho

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  2. Que interesante todo lo que narras...Me identifico en un 80% pero yo hice la mili entre Torrejón de Ardoz Base Aérea y Getafe Base Aérea.
    Me gustaría saber tu nombre y seguiré comentando anécdotas.
    Un saludo y sigue escribiendo es maravilloso.
    Fernando

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