viernes, 11 de junio de 2010

¿QUE HACER?

Faltaban tres meses para cumplir con el compromiso de cuatro años que tenía firmado con el Ejército, muchos de mis compañeros ya tenían resuelto abandonar y emprender una nueva vida, nuestro porvenir como militar se veía un poco oscuro e incierto, más en nuestra especialidad que estaba sin definir y aún no se había creado la escala, la mayoría se quedaron en España, otros emigraron a distintos lugares del extranjero como Canadá, Francia, Australia, etc.
Yo aún no tenía nada decidido, además de que me daba miedo emprender una nueva vida en un mundo desconocido para el que no estaba preparado ni tenía profesión alguna. Los que eligieron la especialidad de mecánico les era más sencillo encontrar trabajo, pero con mi especialidad, ¿dónde iba a trabajar como radarista? Si me licenciaba no tenía hogar a donde ir ni me atrevía a vivir en casa de algún hermano, sería una carga y mucho más si no encontraba trabajo.
En algunas tertulias con mis compañeros se comentaba que podríamos encontrar un puesto en el radar de algún barco pero supimos que estos rádares son controlados por la tripulación del mismo. Otros comentaban que en Australia había un gran porvenir, que al llegar allí te daban una enorme extensión de tierra la que tenías que desbrozar, preparar y cultivar, pensamos irnos unos cuantos juntos para entre todos realizarlo mejor en equipo pero había un inconveniente y es que no te permitían la entrada a este país si no ibas acompañado por una mujer.
La verdad es que me daba miedo manteniendo en esos días una incertidumbre. El Ejército en aquellos tiempos era muy duro, sufrir las putadas de los superiores que a la mínima te metían un arresto, porque la ignorancia llevaba a la injusticia y había que aguantar mucha tela, por muy bien que uno se portara siempre existía algún cabrón que te quería hacer la vida imposible, era muy ingrato y difícil de llevar, siempre estas por debajo de muchos jefes y por mucho que asciendas siempre tienes alguien con la leche agriada que te amarga la existencia. Por lo que veía en mis superiores suboficiales y a los que a alguno le pedí consejo me decía: ya lo ves, el que más llega a Brigada, así que ya sabes lo que te espera. “Un porvenir más negro que los calzoncillos de un artillero”. ¿Y que porvenir me podía esperar en la calle?
El sueldo de un Brigada no llegaba a las dos mil pesetas. Nadie se permitía tener un coche y el que más, a plazos y penurias podía comprarse una moto. Un utilitario costaba unas cien mil pesetas y una moto 18.000.- Cuando un Yanky compraba en Estados Unidos o en el supermercado de la base de Torrejón o Rota, un buen coche nuevo por 500 doláres que eran 30.000pts. Los españoles podían comprárselo a un americano pero no se permitía cambiar los papeles para ponerlo a tu nombre por lo cual si te pillaba los de Tráfico te lo requisaban y te ponían una soberana multa. La gasolina estaba a 5 pts/litro y a los Yanquis les daban un talonario de vales para pagar en las gasolineras y les costaba a dos pesetas el litro.¡ Joder ¡, ganaban barbaridades y encima todo lo compraban mucho mas barato.

Tenía una buena amistad con el Capitán Castellanos, (controlador jefe de mi equipo), le expuse mis inquietudes y me ofreció una solución momentánea, me dio permiso para ausentarme del cuartel por un tiempo indefinido, si la cosa me funcionaba en la vida civil me quedaría y allá donde me encontrara me enviaría la cartilla de licenciamiento, y por el contrario, si la cosa no me marchaba bien, siempre tendría las puertas del cuartel abiertas para reanudar con otro compromiso y seguir adelante.
A los pocos días emprendí la marcha rumbo a Barcelona con una pequeña maleta conteniendo mis pocos enseres personales; Por aquellos tiempo muchos españoles emigraban a Alemania, Francia, Suiza y otros muchos se quedaban en Cataluña que había más posibilidades de encontrar trabajo. Yo opté por probar primeramente en este último por encontrarse cerca, además de que no me podía sacar el pasaporte hasta no estar totalmente licenciado.
Resultaría interminable relatar la cantidad de peripecias y vicisitudes que por allí pasé: Trabajé de camarero, peón de albañil, en la recolección de frutas, en la construcción de una carretera, haciendo zanjas en la vía pública y por último en una fábrica de papel en la que cansado y agotado finalizaron todas mis andanzas y experiencias de la vida que podía esperarme.
Lo primero que hice al llegar a Barcelona fue acercarme al puerto y en un barco de carga enorme que estaba amarrado preguntar por el responsable o encargado de personal, me ofrecí como radarista y me contestó que precisamente en esos momentos necesitaban uno, ¡jo que suerte!, pensé yo. Me condujo hasta la cabina y presentándome al Capitán y otros oficiales me indicaron donde estaba la pantalla y que me pusiera manos a la obra para arreglarla, les dije que tan solo era radarista y que no tenía ni idea de electrónica. Que pena, entonces pensé en el mucho tiempo que tuve para aprender durante casi dos años en la Sala de Operaciones rodeado de pantallas y excelentes técnicos que me habrían enseñado, a veces se pierden oportunidades muy buenas que pueden ser muy útiles para el futuro
Bajé del barco y me dirigí a un kiosco de periódicos donde compre “La Vanguardia” (diario de Barcelona), me senté en un banco de la Plaza de Colon y me puse a ojear las páginas de ofertas de trabajo, había muchos pero en casi ninguno encajaba o podía comprometerme a realizar hasta que leí uno que necesitaban ayudantes de camarero en Sitges (Costa Brava). Tomé el tren hasta el lugar indicado y presentándome en un restaurante me pusieron a prueba, al darse cuenta de que no sabía mantener en equilibrio una bandeja ni servir adecuadamente no me aceptaron. Opté por regresar a Barcelona donde tenía unos primos carnales que nunca había conocido y mi hermana Carmen me dio su dirección por si algo pudiera necesitar, llegué sobre las siete de la tarde y no me recibieron muy calurosamente, les conté mi historia y mis propósitos, ellos me dijeron que no me podían dar alojamiento a lo que me hubiera negado para no molestarles, entonces un hijo de mi prima que era de mi edad me invitó a dar una vuelta por la ciudad, paseamos por el centro, me mostró algunos monumentos emblemáticos como la catedral y el barrio gótico que me parecieron maravillosos y a continuación regresamos a su casa donde me dieron de cenar y me indicaron que podía dormir en el sofá, único lugar del que disponían. Al día siguiente después de desayunar me despedí de mis parientes y comencé a deambular por las calles para ver si algo caía, terminé sentado en la terraza de un bar en una calle de no muy buen aspecto que luego supe era el barrio chino, se me acercó un tipo que por su forma de hablar enseguida me percaté de que era un mariquita y trataba de ligar conmigo haciéndome proposiciones que me revolvieron el estómago, pero más se me revolvió cuando después de largar al maricón se me sentó una tía a mi lado, no tenía mal aspecto y era joven, nos pusimos a charlar preguntándome lo que hacía por estos lugares, ella fue quien me dijo que estaba en el barrio chino donde se concentraban todas las prostitutas y gays de la City y después de decirle que andaba buscando trabajo me propuso trabajar para ella de “Chulo”
¡Joder!, no sabía exactamente de lo que se trataba pero había oído algo... En mi mente veía navajas, droga, pendencias y cosas que me aterrorizaban, de modo que salí de allí como alma que lleva el diablo, fijándome bien de donde salía para no volver a entrar.
Ya era noche cerrada y no sabía donde dormir, le pregunté a un guardia y me dijo que el lugar más barato era “La Comisaría de Beneficencia”, y después de orientarme más o menos de lo que se trataba me indicó como podía llegar hasta allí, de modo que eché a andar y una hora después llegué a las puertas de un edificio donde eran acogidas las personas sin trabajo ni medios, e indigentes para dormir y comer. Nada más entrar en el recinto me metieron en una especie de cabina y me hicieron desnudar por completo indicándome que introdujera mis prendas de vestir en una pequeña taquilla numerada donde después de cerrar les entregué la llave con el mismo número que memoricé, desde allí pasé a una habitación donde me dieron una ducha de agua fría y desinfección que me quedé como un perro recién lavado, intuí que me habían desinfectado por el olor a zotal que desprendía todo mi cuerpo, a la salida me entregaron una especie de pijama de tela de saco muy áspera, a continuación pasé a una nave con un montón de camastros ocupados por personas de todas las edades y razas, la mayoría más pobres que una rata, casi todos ya estaban durmiendo, ocupé una de las camas que no tenía ni sábanas y me puse a dormir sin poder reprimir el asco que me producía estar metido entre toda aquella gente. Sobre las ocho de la mañana nos despertaron y en otra nave nos dieron una especie de desayuno consistente en un mal café con leche acompañado de un trozo de pan. A un compañero de fatigas le pregunté si también daban comidas y me dijo que a la una en punto, que si llegaba tarde me quedaría sin ella.
Salí al exterior y continué mis paseos por las calles de la ciudad, a la una menos cuarto ya estaba de regreso en busca de la comida; no era porque no me quedara dinero, más bien por vivir una nueva experiencia desconocida y quizás también por ahorrar algo pues ignoraba lo que me podía venir. En la misma nave-comedor y poniéndome a la cola con un plato en la mano y el correspondiente cubierto que allí mismo me proporcionaron, me pusieron una especie de potaje de garbanzos con unos trozos de tocino flotando sobre un espeso caldo, me senté a una mesa con otros tipos parecidos a mi y con bastante apetito me llené el estómago con aquel guiso que no estaba mal del todo. Charlé con los compañeros de mesa que se encontraban en una situación parecida a la mía, unos procedían de Andalucía, otros de Extremadura, Galicia y diversos lugares de España donde el trabajo estaba escaso. Hice amistad con uno de ellos que era dos años mayor que yo y juntos pateamos las calles en busca de algo que fuese mejor de lo que teníamos, después de una semana y sin resultado alguno nos dirigimos a Reus donde habíamos oído que el trabajo estaba mejor, sobretodo en el campo que necesitaban operarios para la recolección de la cereza. Tomamos un tren en la estación de Sans que a las pocas horas nos trasladó al lugar de destino, iniciamos nuestras pesquisas en las masías (casas de campo) de los alrededores y nos indicaron que aún era pronto para la recolección, faltaba un mes más o menos, de modo que nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad y en una de las calles estaban haciendo obras, le preguntamos al encargado si necesitaba operarios y mira por donde la suerte nos dio de cara. El trabajo consistía en hacer zanjas para colocar bordillos en las aceras, nos pagaba a seis pesetas el metro lineal con la profundidad del pico y el ancho de la pala, así que nos pusimos manos a la obra de inmediato. La faena era bastante dura pero en algunos tramos de tierra blanda le sacábamos el jugo y compensaba a los tramos más duros. Trabajamos a medias para compensar los esfuerzos y repartir las ganancias, al final del día terminamos reventados pero nos sacamos 150 pesetas cada uno. No sabíamos a donde ir a dormir, yo sabía que existía una base aérea a las afueras de Reus, le propuse a mi socio dirigirnos a ella con la intención de encontrar alojamiento pues él había hecho la mili en Aviación y conocía el asunto. En las bases normalmente suele haber un lugar para alojar a los transeúntes, se puede dormir y también te proporcionan el rancho gratis, si lo conseguíamos sería un chollo pues no tendríamos que gastar y ahorraríamos más. Llegamos a la base justo a la hora de la cena, el Suboficial de Guardia no nos puso ninguna pega y pudimos entrar, después de cenar nos dirigimos al dormitorio de transeúntes y nos metimos en una litera, dormimos plácidamente hasta el toque de Diana a las siete de la mañana que nos fuimos para reanudar nuestro trabajo, comimos en la misma calle unos bocatas y una litrona. Por la noche regresamos a la Base para cenar y dormir, así estuvimos unos cuantos días hasta que una tarde a la entrada el cabo de guardia nos dijo que nos fuéramos de allí inmediatamente, que el Oficial había dado la orden de detenernos porque al Coronel le llegaron noticias de que unos tipos estaban entrando y saliendo de la Base sin pertenecer a ella y dio la orden de meternos al calabozo. ¡coño!, lo esperábamos pero no tan pronto, de modo que salimos de allí pitando y nos buscamos una pensión para dormir. Nos metimos en la pensión “Quimet” que así llamaban al propietario y una hija que tenía muy maciza y ligona que se llamaba “Quimeta”, diminutivo de Joaquina en Catalán. También daban comidas, la pensión completa nos costaba 60 pesetas diarias, se comía bastante bien y dormíamos en sábanas limpias ocupando la misma habitación para que nos saliera más económico. El encargado de la obra estaba alojado en la misma pensión por lo que nos sentábamos a la misma mesa para comer y de esta forma iniciamos una relativa amistad por la que nos proporcionaba los mejores tajos y nos pagaba una peseta más que a los demás; este detalle fue descubierto por uno de los obreros bastante mayor que nosotros y se enfureció al comprobar que las zonas arenosas nos las cedía el encargado para que nos cundiera más la faena: recuerdo una tarde que yo estaba cavando con el pico y mi amigo sacando la arena con la pala y él nos dijo: así da gusto eh? Al tiempo que levantaba el pico con la intención de darme en la cabeza; enseguida apareció el encargado que apaciguó la aún no iniciada reyerta y despidió al hombre después de pagarle sus honorarios. El encargado nos dijo que acababa de salir de la cárcel y estaba medio loco.
En la ciudad de Reus estuvimos hasta que se terminó este trabajo y con el mismo encargado nos fuimos a otro pueblo llamado Monroig para trabajar en una carretera local que iba desde el pueblo hasta la playa. El trabajo era bastante más duro que el anterior, teníamos que ir echando piedras del tamaño del puño sobre la calzada con una carretilla, a continuación las nivelábamos con un pisón de madera colocándolas, después pasaba una apisonadora y posteriormente le echaban alquitrán con una máquina.
Además de ser muy cruel el trabajo el calor era sofocante, a primeros del mes de mayo en medio del campo y en un lugar parecido a un desierto. A lo lejos se divisaba el mar, de tanto en tanto levantaba la cabeza para mirarlo y pensaba que ya quedaba menos para llegar hasta el agua y pegarme un espléndido baño pero aquello no ocurrió porque el trabajo resultó tan soberanamente duro que tuvimos que abandonar.
Nos alojábamos en una casa abandonada y medio en ruinas, sin agua ni luz y durmiendo sobre un montón de paja, la comida la realizábamos a base de fiambre que comprábamos en el colmado del pueblo, cuando al anochecer entrábamos en aquella ruinosa y deprimente choza acompañados de otros obreros de la misma obra, comiendo sobre el suelo, sin una mala manta para taparnos ni agua para asearnos, nos desanimamos de tal manera que al día siguiente pedimos la cuenta y nos despedimos.
Regresamos a Reus y nos presentamos en una especie de centro que era una sociedad de labradores donde nos dijeron que encontraríamos faena para la recolección de cerezas que ya estaba empezando y así fue, un señor muy amable propietario de una gran masía en la villa de Argentera nos contrató proporcionándonos alojamiento en la misma finca que tenían una casa donde los señores pasaban el verano. La casa era muy grande, con un montón de habitaciones y muchas camas pero todas carecían de colchón, sábanas y mantas. Nosotros fuimos alojados en la cocina donde el capataz tenía dispuestos unos rudimentarios jergones y unas viejas y raídas mantas.
La aldea enclavada en un precioso valle era una hermosura con unos paisajes maravillosos rodeada de montañas, bancales plantados de toda clase de árboles frutales predominando el cerezo y avellanos.

A la mañana siguiente acompañados por el encargado y tres hijos de 14 a 19 años, montados sobre el remolque de un viejo tractor cargado con un montón de cajas vacías, nos dirigimos al tajo. Resultaba bastante divertido la recolección de cerezas, al principio creo que comía más de las que echaba al cesto. El jornal que nos pagaban era de 80 pesetas diarias y teniendo en cuenta que el alojamiento y el postre eran gratis podíamos ahorrar bastante. Nos abastecíamos de comida en el único colmado donde vendían de todo: desde herramientas, bebidas, comida, carne, latas, pan y hasta un orinal se podía comprar.

En la cocina había una amplia chimenea que encendíamos a diario al regreso del trabajo, con una leñera en el exterior bien cargada, una despensa y bodega cerradas ambas con un grueso candado, cada día nos preguntábamos qué podría haber dentro de aquellas dependencias tan herméticamente cerradas, un día nos decidimos averiguarlo y no ofrecieron resistencia a mi experiencia con las ganzúas, (los candados de aquella época eran grandes y pesados pero muy sencillos de abrir simplemente con un cortaúñas). En la despensa encontramos tres enormes bidones de aceite de unos 200 litros completamente llenos y cuatro garrafas de 16 litros también llenas, una pila de sacos de patatas, varios de cebollas y un montón de boniatos en el suelo, las estanterías repletas de tarros de conservas, mermeladas y confituras. Admirados por el tesoro descubierto ante nuestros ojos no reparamos en el techo que estaba lleno de embutidos y jamones. ¡Releches, macho!, como nos vamos a poner, dijo mi compañero de fatigas. Yo le dije: tranquilo majo que si el amo viene y se da cuenta nos la cargamos, es capaz de avisar a la Guardia Civil y nos meten en la cárcel. Durante los treinta días que estuvimos allí solo gastamos unos cuatro litros de aceite que sacamos de una garrafa añadiendo agua en cada extracción y como resulta que el aceite es menos pesado se subía a la superficie sin notarse en caso de que alguien viniera. Consumimos algunos boniatos, cebollas y patatas, varios tarros de conservas y mermeladas. La bodega estaba repleta de estanterías con infinidad de botellas de cava, cuatro enormes barriles de unos 500 litros repletos hasta los bordes de un excelente vino tintorro y varias garrafas conteniendo vinagre, anís, moscatel y mistela. El vino lo sacábamos a placer y de las garrafas nos tomamos algunas copitas para no levantar sospechas. El señor vino varias veces pero nunca entró en la casa, siempre se dirigía directamente al campo para ver como iba la cosecha de cerezas, tan espléndido era que en una ocasión mataron un cordero que nos lo cepillamos en chuletitas a la brasa, entonces envió al hijo mayor del encargado a la casa para que trajera vino. Temimos que descubrieran algo pero no ocurrió, ya que cada vez que invadíamos aquel territorio cerrábamos cautelosamente dejando todo tal como estaba.

Como no teníamos colchones, sábanas ni mantas ya que dormíamos sobre un jergón de paja y viendo que el trabajo nos podría durar bastante, pues después de la cereza venía la escarda del avellano, a continuación las patatas, peras y vendimia, podíamos tener trabajo para varios meses y con bastante dinerito ahorrado, en el colmado nos compramos una manta y un par de sábanas para cada uno y con dos sacos de lona descosidos y vueltos a coser después de rellenarlos con paja limpia nos hicimos un buen jergón en el que después del trabajo, una opípara cena regada con un buen tintorro y un par de copitas, caíamos como bebés y dormíamos profundamente.

Como casi todo el día estábamos en la faena, nuestra única diversión consistía en llegar a la casa, encender la chimenea, prepararnos la cena y la comida del día siguiente, cenar y escuchar música en un pequeño transistor que nos encontramos en una de las habitaciones. No descansábamos ni los domingos hasta que la cereza se terminó, pensamos que nos darían más trabajo pero nos dijeron que la escarda del avellano la realizaban los hijos del encargado y no cogerían a más gente hasta la cosecha por el mes de septiembre y luego venía la vendimia, de modo que después de liquidarnos nuestros jornales nos fuimos a la casa para hacer nuestro equipaje y quedarnos unos días más después de pedirle permiso al dueño con la intención de descansar y conocer el pueblo y sus alrededores que era precioso y muy pintoresco.

Pasaron tres meses desde que salí del cuartel y no llegó a convencerme el futuro que me esperaba, deambulando de un sitio para otro sin porvenir seguro. En las veladas nocturnas charlábamos acerca de nuestras respectivas intenciones, teníamos un buen dinero ahorrado, mi amigo quería emigrar a Alemania y yo tomé la sabia decisión de regresar a la vida militar.

Al día siguiente nos levantamos y después de desayunarnos un sabroso salchichón de los que colgaban en la despensa, tomarnos sendos cafés con leche, nos pusimos a hacer las maletas repartiéndonos un hermoso jamón que descuartizamos y un par de salchichones, vimos que el amo nos había mentido cuando nos dijo que tendríamos mucho trabajo: cereza, escarda, pera, avellanas, vendimia y aceituna. En el colmado ya nos avisaron que cada año solían hacer lo mismo, y pensamos que un jamón y un par de salchichones no les quitarían de comer durante el veraneo.

Montamos en el tren rumbo a Reus donde mi buen amigo y compañero tomó otro hacia Barcelona y yo hacia Zaragoza. Sentí mucho despedirme, nos compenetramos bastante bien y nunca jamás discutimos, como él tenía un destino desconocido no me proporcionó su dirección pero yo le di la mía a la que me escribió varias cartas, primero desde Francia, posteriormente de Suiza y las últimas desde Alemania, hasta que se casó y a partir de aquí cesó su correspondencia a pesar de escribirle pero nunca más supe de él perdiendo su pista definitivamente. Estuve a punto de irme con él porque éramos muy buenos amigos, muy poco tiempo estuvimos juntos pero nos llevábamos mejor que hermanos. Nunca podremos saber lo que hubiera acontecido de haber tomado este camino; hay momentos en la vida que estás en una encrucijada, tomas la dirección que mejor te parece sin saber si es la correcta y jamás podrás saber que hubiera pasado tomando otra, tal vez muy buena o equivocada. Yo tomé la que me decía el corazón en aquellos momentos y pienso que no estuvo desacertada del todo.

Mi compañero de fatigas y agradables ratos se llamaba Manuel Rodrigues Nieto, de Pontevedra, si por casualidad llegara a leer estas líneas, desde aquí le mando un caluroso saludo y le hago saber que aún está en mi mente como el mejor amigo que he tenido.

Sentí una sensación agradable al retornar el camino hacia mi verdadera casa, la que se había convertido en “mi hogar” porque no había otro, ya tenía decidido lo que más me convenía muy a mi pesar, porque el Ejército nunca me había gustado pero ¡que remedio!. Esta era mi única casa y mi único medio de subsistir; me daban ropa, comida y cama gratis, además de un pequeño sueldo de momento, porque con el tiempo llegaría a ascender y mantener una posición más desahogada, tenía buenos amigos y compañeros a los que eché de menos durante el tiempo de mi ausencia pasando calamidades. Le tomé asco a Cataluña y a los catalanes, no es que se portaran muy mal conmigo pero eran personas diferentes y muy suyos, difíciles de comprender y de poder hacer amigos. Creo que desde entonces futbolísticamente hablando me hice más del Madrid y anti-Barça, influyó mucho en ello el echo de haber presenciado un partido de futbol entre el Real Madrid y el Barcelona en un bar, los espectadores hablaban muy mal, no solo de los jugadores sino de la gente de Madrid en general y me decepcionaron bastante. Posteriormente he comprobado que no me equivocaba en nada pues el odio que los catalanes tienen hacia todo lo relacionado con la Capital de España es demasiado grande, naturalmente que hay excepciones pero la mayoría piensan así; parece ser que les jode que Barcelona no sea la Capital del Reino o tal vez porque existen muchos republicanos en esa región, reivindican el separatismo y odian al resto de los españoles, siempre creyéndose que son “los mejores”. Solo con tener en cuenta un simple detalle que observé en la capital catalana: todos los vehículos americanos tanto civiles como militares que circulaban por territorio español llevaban matrícula de Madrid seguido de números, todos sin excepción, estuvieran en cualquier base, Sevilla, Cádiz, Madrid, Zaragoza, etc. pues los de Barcelona llevaban la B seguido de números, me extrañó ver esto y pregunté a mis jefes, a lo que me respondieron que es muy normal que en casi toda Cataluña al ver un vehículo con matrícula de Madrid lo apedreaban o dañaban, esto ocurrió con los coches americanos y desde entonces se obligaron a ponerles la B.

Comenzaron a licenciarse mis compañeros, lo sentí mucho por “El Papi” que se fue a Canadá y nunca supe más de el. Uno de ellos (Claudio García Orta) que emigró a Francia era aficionado a la pintura, pintaba cuadritos pequeños y los vendía a los americanos sacándose un buen sobresueldo. Me regaló todos sus artilugios de pintura que no eran muchos: media botella de aguarrás, cinco pinceles y unos cuantos tubos de óleos casi gastados que a mí me sirvieron junto a los conocimientos de dibujo que tenía para empezar pintando ramos de flores sobre azulejos blancos que encontraba en la escombrera. Posteriormente pintaba sobre cartones entelados que compraba en una tienda de bellas artes de Calatayud; temas taurinos, parejas de bailaores de flamenco y paisajes de los alrededores.

Cada 15 días que era el día de cobro (pay day), exponía mis pequeñas obras de arte en el hall del club y me los quitaban de las manos en poco tiempo al precio de cinco a diez dólares (según tamaño y tema). Algunos me hacían encargos de paisajes sobretodo del pueblo y sus alrededores que eran muy solicitados. Me sacaba unas tres o cuatro mil pesetas mensuales. ¡El doble del sueldo de un Capitan!. Total ná...

Empecé a darme la buena vida realizando más salidas a Calatayud, alternar con los amigos de la pandilla y hasta en alguna ocasión desplazarme a Zaragoza frecuentando algún club nocturno donde la mayoría de las veces me sacaban “la pasta”, con los bolsillos vacíos regresaba a mi provisional estudio a seguir pintando para aprovechar la racha y reponer fondos.



En Calatayud hice amistad con un individuo muy singular que era medio químico y hacía experimentos diversos, entre ellos se dedicaba a disecar animales de todas las especies, nos pusimos de acuerdo para alquilar un pequeño local en los bajos de una vivienda que tenía dos dependencias: una que daba a la calle con un ventanal escaparate y otra a continuación que era la trastienda o almacén y dormitorio. Pagábamos 150 pesetas cada uno al mes con derecho a electricidad y un pequeño aseo en el pasillo.

En la primera dependencia había estanterías sobre las que colocábamos los objetos a la venta: animales disecados de casi todas las especies, objetos diversos y hasta un par de calaveras auténticas y un esqueleto en un rincón por las que jamás tuve miedo (extraño), y lo más insólito es que debajo justo de mi cama un día encontré una caja de madera repleta de huesos humanos y calaveras que mi socio tenía previsto montar en un futuro; curioso también, dormía sobre un montón de despojos humanos sin recelo alguno y sin saberlo hasta un día descubrirlo haciendo limpieza continuando durmiendo sin darle importancia.


Allí montamos una pequeña industria de souvenirs para vender a los Yankis: animales disecados, cuernos de toros, banderillas, capotes, muletas, carteles taurinos, castañuelas, muñecas vestidas de baturra y de gitana y por supuesto mis cuadros que pintaba en mi nuevo estudio, tradicionales como los de siempre pero mejorados y mejorada la calidad.

Las banderillas las confeccionábamos nosotros con palos de escoba que adquiríamos en un almacén, las decorábamos con papelitos de colores y le colocábamos un pincho o aguijón fabricado por un herrero manchado de pintura roja imitando la sangre del toro recién lidiado. Sobre una especie de metopa o escudo de madera colocábamos un par de cuernos que adornado con fieltro y un cartelito con el nombre del toro y el matador, todo inventado por nosotros, ejemplo: “RETOZÓN” 530 KG. LIDIADO POR EL CORDOBES EN LA PLAZA DE TOROS DE ZARAGOZA EL DIA...... A veces por encargo le colocábamos el nombre de algún americano para luego él presumir o darse postín en su pueblo. Se vendían a 20 dólares. La materia prima nos la suministrábamos en los diversos mataderos de la comarca que por supuesto pertenecían a reses sacrificadas para carne y nada tenían que ver con una plaza de toros. Los carteles taurinos los adquiríamos en una tienda de Madrid junto con los capotes y las muletas. Las castañuelas y las muñecas nos las mandaban de una fábrica de Valencia, de mala calidad pero muy bien vestidas y adornadas con madroñitos de colores y se vendían diez veces más del precio de compra.

Cada 15 días montaba un tenderete-exposición en el club y a vender.

Calculo que llegué a vender en aquella época unos 1000 cuadritos que se fueron repartiendo por toda la geografía estadounidense y hasta es posible que alguno esté colgado en alguna choza del Vietnam, debido a los muchos Yankis que mandaron a la guerra, murió en combate o se lo olvidó al recoger sus pertenencias cuando regresó a su país.

Me compré una “Ducatti”, la mejor moto que había por entonces en el mercado español y me saqué el carné para conducir motos, el examen era sencillísimo ya que consistía en un ligero conocimiento de las señales de tráfico, realizar un “ocho” en una explanada de las afueras del pueblo y pagar 900 pesetas.

Recorrí toda la provincia casi siempre acompañado por algún entusiasta compañero que siempre encontraba animado a realizar cualquier viaje por los alrededores visitando lugares y asistiendo a las diversas fiestas de los pueblos que eran muy animadas, con sus “joticas”, buen vinillo y el tapeo, ¡ah! Y no olvidemos los famosos “encierros”. Una vez nos atrevimos a ir hasta Pamplona para participar en las fiestas de San Fermín y nos lo pasamos bomba. Os recomiendo no os lo perdáis por nada del mundo, es un acontecimiento impresionante, los festejos son de tal ambiente y jolgorio que los jóvenes participantes de un montón de “peñas”, aguantan durante siete días a base de comilonas, beber, saltando y bailando, que nadie sabe como son capaces de resistirlo hasta el “chupinazo” de fin de fiestas cuando todos cantan aquello de ¡POBRE DE MI, POBRE DE MI, SE ACABARON LAS FIESTAS DE SAN FERMIN!.

El éxito con las chicas ya os podéis imaginar, con aquella moto, comparable a un deportivo de los de ahora, se me disputaban para ir de “paquete” pero no creáis... que no me comía un rosco ya que entonces para llevarse a una chavala al huerto, tenían que haberte leído las amonestaciones y yo no estaba para lecturas de ese tipo, solo pensaba en pasarlo bien, divertirme todo lo que el cuerpo aguantara sin pensar en noviazgos ni cosas serias.

LA CRISIS DE LOS MISILES DE CUBA

http://es.wikipedia.org/wiki/Crisis_de_los_misiles_en_Cuba

En octubre de 1.962 tuve la ocasión de participar en un acontecimiento de gran importancia para la Historia, cuando el presidente de Los Estados Unidos obligó a Ktuschov, presidente de la Unión Soviética a desmantelar las bases de proyectiles atómicos de Cuba con la amenaza de invadir la isla si no lo hacían.

Fueron unos cuantos días muy tensos y decisivos estableciéndose la situación de “alerta roja” en todas las bases del Mundo, convocando a todo el personal incluso a los que se hallaban de permiso por lo que estuvo a punto de declararse la 3ª guerra mundial.

Desde la Sala de Operaciones podíamos presenciar la situación existente y el avance de las flotas rusas hacia la isla caribeña cargadas con material atómico, muy cerca estaban los portaviones americanos amenazantes y a punto de entrar en combate, los mísiles de las distintas bases de todo el mundo apuntando a los territorios de Estados Unidos desde Rusia y viceversa.

Se intensificaron los servicios de vigilancia aérea al 100% y nadie podía salir del Asentamiento, reflejándose la tristeza en las caras de todos los americanos que se encontraban muy lejos de su país y sabían lo que se les podía venir encima.

Pasado el bloqueo 13 días más tarde volvimos a la normalidad pero la alerta continuaba en un escalón inferior y los bombarderos B-52 cargados de bombas atómicas continuaban sus patrullas alrededor del planeta, repostando en el aire en los lugares estratégicos establecidos y controlados desde nuestros rádares, que en ocasiones eran escoltados por cazas, cruzando la Península Ibérica de este a oeste y viceversa cada dos horas.

Para mí que era muy joven me resultaba sumamente emocionante todo esto, pensaba en una guerra mundial, misiles, condecoraciones y ascensos, etc. la ignorancia de mi juventud no me hacía ver la situación tan crítica que vivíamos en aquellos momentos, también sentía una agradable satisfacción cuando controlaba a estas fortalezas volantes cargadas de muerte.

A todo el personal militar que participó en este bloqueo le fue concedida la United Citation Medal, no es de mucha importancia pero es un honor el que la posee, los militares españoles que la solicitaron, entre ellos yo, pudimos lucirla en nuestro pecho con orgullo de haber participado en tan gran acontecimiento.

El ejército americano es muy dado a conceder medallas por cualquier cosa, es muy frecuente ver militares yankis con un montón de ellas en el pecho, he aquí un general con más de 40, un general español no llega a tener mas de 20 el que más a excepción de Franco que tenía cientos.

uno de aquellos infernales bombarderos se le desprendió una bomba con cabeza nuclear cayendo sobre el mar a pocas millas de Palomares en Huelva. Se armó un revuelo enorme y a la vez un serio conflicto diplomático por el peligro y la enorme catástrofe que podía haberse producido si aquel endiablado artefacto le daba por hacer ¡¡¡BOOOOMMM!!!! Bajo las aguas de la costa española. Media España y parte de África hubieran quedado borradas del mapa. Después de muchas semanas de intensa búsqueda, unos pescadores la sacaron enredada entre sus redes. Dejaron de venir turistas por miedo a la posible contaminación radiactiva que pudiera existir en el lugar, principal fuente de ingresos para la Nación. El Ministro de Turismo que entonces era Don Manuel Fraga (fundador de Alianza Popular, ahora Partido Popular), se tomó un baño en las playas de aquella zona para demostrar que ningún peligro había.

Poco tiempo después de producirse estos acontecimientos quedó solucionado el problema y la incertidumbre de nuestra especialidad creándose la Escala de Especialistas de Alerta y Control incluyéndome en la misma con el nº 57. Los 15 primeros números estaban formados por suboficiales viejos que habían realizado el curso en Los Estados Unidos hacia el año 1955, mucho antes de mi ingreso, a continuación nos colocaron a los pocos que quedamos por orden de antigüedad, la escala no estaba formada por más de 80 personas, contando a los 15 primeros que inmediatamente ascendieron de sargento a brigada, de los aproximadamente 200 que salieron en las seis primeras promociones de la escuela ya se habían licenciado la mayoría y el resto rápidamente fueron ascendidos a sargentos en menos de dos meses, algunos muy jóvenes como yo que solo contaba con 22 años. Era necesario cubrir las vacantes de los americanos con mandos y personal especialista para las seis estaciones de radar más el Centro de Operaciones que se hallaba Torrejós de Ardoz (Madrid).

Tres equipos de trabajo en cada estación con unos 40 hombres en cada grupo, personal de oficinas y entrenamiento, eran necesarios más de mil hombres de los que solo contaban en aquellos momentos con 80. De manera que, a la Jefatura le entraron prisas por obtener este personal con la máxima rapidez ya que los americanos exigían personal para entrenarlos.

Tuvo razón FEDE cuando me recomendó esta especialidad, siendo de nueva creación y con un número bajo en la escala podría llegar a mucho y así fue. Mientras que en las otras escalas estaban hasta 20 años para ascender a sargento, en ésta llegamos algunos a ascender antes de los cuatro años del primer compromiso. El tiempo le dio más la razón porque los primeros de la escala llegaron a Teniente Coronel, otros a Comandante y los que menos a Capitán. Yo pude haber llegado al rango más alto pero debido a mi pase a la reserva anticipadamente me quedé sin ello, aunque nunca me he arrepentido porque como os he dicho anteriormente, nunca me gustó el Ejército y con la oportunidad que me dieron de pasar a la reserva obtuve la liberación y el descanso eterno en la vida civil alcanzando el grado de Capitán General de mi casa donde he pasado los últimos mejores años de mi vida.
















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