jueves, 10 de junio de 2010

CAPITULO IV Mallorca

El mismo día que ingresé en el ejército pero 16 años más tarde me presenté en el Escuadrón de Alerta y Control nº 7 en Sóller a 30 kilómetros de Palma de Mallorca.

Partí de Aranjuez rumbo a Valencia con el coche cargado de todos mis utensilios: maletas, trastos de pintar y cañas de pescar, con la idea de permanecer un largo tiempo, por lo menos dos años tiempo mínimo por haber solicitado destino voluntario con la opción de que saliera una vacante en un lugar cercano a Madrid o donde nos pudiera interesar en caso de que en este nuevo destino las cosas nos fueran mal.
El buque largó amarras puntualmente a las diez de la noche y después de conocer el camarote que me asignaron me dirigí a la cafetería a comer algo pues aún no había cenado.
El barco ya estaba en movimiento rumbo a la isla Mayor de las Baleares cuando empecé a notar un Bay-ven y un cierto malestar que me desapareció el apetito sin poder terminar el bocadillo y la cerveza que me habían servido, salí a cubierta para que me diera el aire fresco de la noche y el estómago comenzó a revolverse de tal manera que a los pocos segundos eché hasta la primera papilla que me dio mi madre, caminé dando traspiés sin rumbo fijo de un lado a otro del barco, alguien me dijo que se estaba mejor en proa, otros en popa y después de soltar todas las bilis, un alma caritativa y sensata me recomendó que el mejor lugar para estas ocasiones es tumbarse en la litera del camarote y procurar dormir hasta el destino. Desconocía en que lugar del barco me encontraba en esos momentos, totalmente desorientado sin saber dirigirme al camarote, le pregunté a un camarero que galantemente me acompañó recibiendo una buena propina por salvarme de una situación tan desesperada por la que creía que aquí terminarían mis días.
No me encontraba solo en el camarote, tres literas dobles ocupada cada una por un individuo con una cogorza parecida a la mía, se escuchaban lamentos y el olor nauseabundo a vómitos que inundaba la reducida estancia, me tumbé sobre mi litera sin quitarme la ropa, el Bay-ven continuaba y todo me daba vueltas pero me empecé a encontrar mejor y a los pocos minutos me quedé profundamente dormido hasta que una voz me despertó diciendo: ¡¡¡ya se ve la isla de Mallorca!!!
Mi alegría fue tan grande que pegué un salto y me fui corriendo hacia la cubierta de proa donde se encontraba la cafetería en la que tomé un opíparo desayuno con buen apetito.
A eso de las nueve de la mañana ya me encontraba en el muelle al volante de mi automóvil tomando rumbo hacia Sóller.

Aún no existía el túnel ya que fue construido 25 años más tarde, de modo que tomé la carretera del Coll con un montón de curvas que se me hacían interminables, esto acompañado de lluvia y una niebla espesa que me obligaba a conducir despacio y con precaución. El paisaje que pasaba ante mis ojos me parecía bastante agradable, olivos, encinas y pinares, con torrenteras de aguas cristalinas donde me parecía ver las truchas saltando y pensaba que en un futuro cercano serían capturadas con mi caña.
Una hora después me encontré de sopetón con la ciudad de Sóller donde me dirigí al centro aparcando en la plaza principal y entrando en la Cafetería Paris para tomar un café y preguntar por el camino para dirigirme a la Base.

Después de otros casi 18 kilómetros de carretera no tan mala como la anterior pero muy montañosa, la flora parecida con espléndidos paisajes, pues ya había levantado la niebla y el Sol se filtraba tímidamente entre las nubes iluminando los almendros en flor que en esa época estaban en su máximo esplendor llegué a mi destino.


Coll de Soller

Después de otros casi 18 kilómetros de carretera no tan mala como la anterior pero muy montañosa, la flora parecida con espléndidos paisajes, pues ya había levantado la niebla y el Sol se filtraba tímidamente entre las nubes iluminando los almendros en flor que en esa época estaban en su máximo esplendor llegué a mi destino.






Era sábado y los compañeros libres de servicio que se encontraban en esos momentos eran casi todos solteros que vivían allí y no conocía a ninguno pero me recibieron con entusiasmo invitándome a comer de una paella que tenían encargada al restaurante Mirador de Ses Barques. Después de comer me alojé en la habitación que me asignaron y el lunes formalicé las presentaciones oficiales conociendo a mis superiores y demás compañeros de trabajo.

La primera impresión me resultó bastante agradable: el ambiente de trabajo, el compañerismo y la familiaridad con los Jefes era totalmente distinto al lugar de donde procedía.
Lo que más me gustó era el sistema de turnos que se realizaban: 24 horas seguidas y después teníamos hasta seis días libres dependiendo del personal si se encontraba o no de permiso y los días libres se podían reducir a cuatro, pero esto ocurría en fechas de verano o Navidades.
Lo que menos me gustó fue la carretera de acceso a la Zona Técnica que se encontraba en el pico mas elevado de la isla a 1450 m. de altitud. Era un viaje corto de unos siete kilómetros pero con unos precipicios que acojonaban, con cortes de hasta 1000 m. y el mar al fondo. Al principio procuraba viajar en el asiento más cercano a la puerta por si había que saltar y con los nervios un poco en tensión, algunos compañeros se reían al observarme. Después de varias semanas ya me había acostumbrado como cualquiera viajando con naturalidad y hasta echándome una cabezada durante el trayecto.

En el pico solía hacer mucho frío sobretodo en invierno que caían grandes nevadas tan intensas y desagradables que dejaban incomunicado al personal de servicio hasta ocho días, alimentándose de latas y galletas saladas. Mi bautizo de incomunicado fue aquel mismo año el día 10 de abril que nos sorprendió una nevada quedándonos incomunicados tres días.
El contraste era muy singular; nieve en las montañas y en las playas a no más de diez kilómetros de distancia los “Giris” bañándose y tomando el sol.

Mi trabajo consistía en desempeñar las mismas funciones que en los destinos anteriores pero aquí era mucho más cómodo y relajado, el ambiente disciplinario totalmente distinto al de Villatobas, cada cual vivía y dejaba vivir, mucho más llevadero y aunque algo pesado por las 24 horas seguidas, a continuación cinco o seis días libres con los que podía descansar sobradamente y hacer muchas cosas.
Una vez al mes viajaba a Aranjuez para estar con la familia, me lo montaba de forma que realizaba un par de días de servicio con uno en medio de descanso y podía tener hasta casi diez días libres que me permitían estar con los míos a los que echaba mucho de menos. Así estuve hasta agosto que alquilé una casa con la intención de pasar lo que quedaba del verano con la familia aprovechando los 45 días de permiso que tenía cada año

Esto les gustó mucho, les encantó el clima, los paisajes, las playas, etc. Merceditas me preguntó si había alguna vivienda militar desocupada, pregunté al encargado y me respondió que había tres en esos momentos, me entregó las llaves y esa misma tarde nos acercamos a verlas. Nos adjudicamos una que estaba bien situada, en una segunda planta, con preciosas vistas a las montaña y la bocana del puerto, estaba en bastante buen estado y recién pintada. Al día siguiente me marché a Aranjuez para trasladar todos los muebles y tres días después ya estábamos instalados en nuestro nuevo hogar de la Isla de Mallorca.
A todos nos encantó nuestra nueva situación con el resultado de una familia muy feliz, los niños tenían amplitud y campo para sus juegos con los demás niños de la Colonia que enseguida se hicieron amigos.

A primeros de septiembre fuimos al colegio para matricular a los niños.
Hablando con la directora (Sor Apolonia) me quedé mirando un cuadro bastante bueno que había colgado frente a mí, la monja me preguntó si me gustaba la pintura y le respondí que si, que además de pintar tenía estudios realizados en Madrid, su sorpresa y alegría fue notoria ya que en esos momentos necesitaban un profesor de dibujo para el colegio y me ofreció el puesto. Quince días más tarde comenzando el curso escolar al mismo tiempo que los niños me incorporé a mi nuevo pluriempleo que alternaba con mi trabajo habitual sin ninguna dificultad, procurando hacer los servicios en festivo para no faltar a las clases, mi nueva profesión no me resultó difícil ni complicada ateniéndome a los textos de cada curso resultaba bastante sencillo.

En el mismo colegio había una monja que también era profesora y tenía un hermano pintor de reconocido nombre (Juan Borrás), me lo presentó y nos hicimos buenos amigos. Era una excelente persona: amable, jovial, agradable, simpático y extremadamente sincero sin ocultar ninguno de los secretos que conocía en la pintura, cosa que normalmente pocos artistas hacen. Tenía un soberbio estudio en una casa de campo en Buñola, rodeada de naturaleza y tranquilidad. En la amplia buhardilla bien acondicionada realizaba sus preciosas obras de arte a las que muchas de ellas asistí en su realización aprendiendo su buena técnica y colorido con un estilo y arte muy personal que muy pronto adquirí para a partir de entonces plasmar en mis cuadros.
Mi estilo anterior era muy diferente y menos depurado, el colorido totalmente distinto ateniéndome a los paisajes de Castilla quedando maravillado del color y luminosidad de estos lugares que muy pronto pude introducir en mi paleta con un resultado tan distinto al anterior, que casi se podría decir que la diferencia era como de la noche al día. Con él pude aprender mucho: técnica, mezcla de colores ateniéndome a los paisajes de Mallorca a lo que no estaba acostumbrado ya que anteriormente había vivido en paisajes de tonalidades más grises y menos colorido muy distinto al esplendor y luminosidad de estos lugares, con la pintura comercial me había estropeado bastante, pintando en serie casi como un autómata atrasándome por completo teniendo que reanudar desde el principio para poder llegar a realizar una pintura con calidad y que pudiera entrar en el mercado de las salas de arte con precios más elevados. Esta época fue de aprendizaje y superación, tratando la pintura y los temas con mimo, tranquilidad y siempre con el afán de mejorar.
Pintaba paisajes de Sóller y sus alrededores; grandes, medianos y pequeños hasta reunir unos cuarenta, que vistos por mi amigo Borrás y darles el visto bueno, me animó a montar mi primera exposición.
Solicite reserva de fechas en el Museo de Sóller que tenía una sala muy apropiada y coqueta donde periódicamente se realizaban muestras de arte.
Coincidió mi primera exposición con la Comunión de Elena para lo que se desplazó toda nuestra familia desde Madrid y pudieron asistir a la inauguración que tuvo lugar un sábado por la tarde resultando muy concurrida, asistiendo el Director del Museo, las autoridades locales, profesores del colegio, compañeros de la Base y un numeroso público residentes y turistas que se encontraban de paso.
El éxito tanto de público como de ventas fue rotundo pues el primer día se vendieron veintidós cuadros y al cierre después de doce días abierta al público se habían vendido todos con una recaudación de poco más de trescientas mil pesetas.
¡Nunca había visto tanto dinero junto!. Era mucho para aquellos tiempos. Mi cotización se había multiplicado casi por 30, por un cuadro que anteriormente pedía 1000 pesetas, ahora los vendía por 30.000 Pts., naturalmente con más calidad y mejor trabajado, el de mil lo hacía en poco más de una hora y en el de 30,000 tardaba unos cuantos días.

Diversas notas y críticas fueron publicadas en el periódico local y diarios de la provincia alagando al artista recién llegado a Mallorca

Ese mismo año por las fiestas de San pedro fue inaugurado el complejo turístico Alta Mar al que fui invitado por sus propietarios para hacer una exposición y darle más colorido a las fiestas y al acontecimiento. El éxito resultó tan fabuloso como en la anterior.

Cuadros de aquella época

Estaba muy animado y continuaba pintando con entusiasmo, visitaba salas de arte donde exponían sus cuadros pintores mallorquines y forasteros residentes como yo que se establecieron en esta isla fascinados por su belleza, colorido y paisajes. Estudiaba los distintos estilos de todos ellos sobretodo a los grandes maestros del impresionismo de aquella época como: Camarasa, Ventosa, Castellanas, el solleric Bernardino Celiá y por supuesto nunca abandoné a mi buen amigo y maestro Juan Borras hasta el momento de su muerte causada por una enfermedad coronaria a los 60 años de edad. Encontré un gran vacío con la desaparición del maestro, amigo y compañero que me enseñó, me apoyó en todo momento y me inculcó la virtud de la sinceridad y honestidad.

Con la mezcla de lo aprendido anteriormente en Madrid y lo que estudié tomando buenas notas de todos ellos, adquirí mi propio estilo mantenido hasta el momento realizando un sinfín de exposiciones por toda la isla y pasando por la mejor sala de la capital en el Círculo de bellas Artes, donde exponían los mejores artistas de la época, la mayoría con un éxito parecido a la primera.




Pensé en montarme un estudio-taller donde trabajar con mejor comodidad. Encontré una casa muy apropiada y bien situada en la Calle del Mar nº 29 pagando 500 pesetas mensuales de alquiler, la restauré y acondicioné, me regalaron algunos muebles viejos que arreglé y me sirvieron para amueblar regularmente las estancias principales, adquirí un equipo de música para ambientarme, un buen caballete de taller y parece ser que en aquel ambiente y tranquilidad las obras me salían más bonitas y de mejor calidad.




La casa era muy vieja, en una ocasión tuve la visita de un prestigioso anticuario y me dijo que podría tener mas de 400 años, estaba inscrita en el Registro de la Propiedad con fecha de 1711, totalmente construida de piedra y de aspecto humilde como si hubiese pertenecido a labradores. Tenía una entrada principal donde te encontrabas en una amplia estancia donde seguramente hacían la vida cotidiana y bien podría servir de comedor-sala de estar-cocina, pues en un rincón había una chimenea donde seguramente guisaban, la chimenea era de aspecto muy antiguo, estaba en un rincón y tenía una campana muy grande rodeada por unos bancos de obra y en el centro sobre el suelo era donde se encendía el fuego, era muy acogedor sobretodo en invierno cuando la fogata estaba encendida. A la derecha de la entrada había una puerta muy bajita que conducía a un cuarto pequeño donde seguramente metían al burro o alguna caballería ya que tenía un pesebre. Al lado de esta puerta se encontraba la escalera que conducía a los pisos superiores, a unos siete escalones se encontraba la primera habitación donde instalé el taller para el montaje de marcos, bastidores y otras manualidades. Unos seis o siete escalones más arriba estaba lo que posiblemente fue el dormitorio principal separado por un pasillo que nos conducía al piso superior o boardillas, derribé el tabique de separación y me salió una sala bastante espaciosa que forré con tela de saco y con una buena iluminación me servía de sala de exposiciones. Otra habitación pequeña había al subir dos escalones más y antes de llegar al piso superior. En la boardilla había dos estancias una algo mayor que la otra, la grande tenía muy buena iluminación con tres ventanales y aquí instalé el estudio o sala donde normalmente se gestaban todas mis obras, que posteriormente eran trasladadas al taller para su enmarque y a continuación eran colgadas en la sala donde quedaban expuestas al público que regularmente venía casi a diario, aquí seleccionaba los treinta y cinco o cuarenta cuadros que normalmente llevaba a las exposiciones. La pequeña estancia de la boardilla que en su tiempo debió ser un palomar me servia de almacén o trastero, tenía el techo muy bajo y había que andar con cuidado para no darse un coscorrón en la cabeza, cosa que no pude evitar en más de dos ocasiones.

En el exterior había una pequeña porción de terreno con un pequeño jardín donde había plantado un níspero, un naranjo y un limonero. Enfrente de la puerta principal se encontraba una caseta que seguramente utilizaron de almacén, leñera o despensa, a la izquierda se encontraba el W.C. que consistía en un cuarto donde cabía escasamente una persona, con una tabla y un agujero en el centro donde se sentaban para hacer sus necesidades, estaba tan sucio y lleno de telarañas que casi nunca fue abierto hasta que posteriormente realicé unas reformas y construí un cuarto de baño en condiciones aceptables. Al lado de la caseta grande se encontraba el pozo con manantial propio de donde se extraía un agua fresca y potable con un cubo tirado de una garrucha depositando el agua en una pileta de piedra colocada en un costado del pozo.


Aquí me veo obligado a contaros una pequeña anécdota, que no por ser importante deja de ser graciosa:

El pozo tenía una profundidad de unos cinco metros y desde el brocal se podía ver en días claros el fondo de aguas muy transparentes; una vez observé unos extraños movimientos como de peces o algo parecido, hasta que observando con detenimiento pude ver con claridad que se trataba de anguilas navegando.

Ya había estudiado en algún manual sobre pesca y especies que la anguila vive en manantiales, pozas, charcas y lugares difíciles e insospechados; debido a su delgadez se suele introducir por grietas bajo la tierra hasta llegar a estos sitios sin la menor dificultad, por lo tanto no me pareció extraño, ya que tratándose de un manantial, desde cualquier lugar pudieron haber penetrado fácilmente.

Mi “gusanillo” de pescador me obligó a agarrar la primera caña que tenía a la mano y buscando unas lombrices en la tierra, las puse en el anzuelo y allí me ves sentado en el brocal del agujero tratando de pescar algo.

Los turistas que por allí pasaban debieron pensar que se trataba de un loco pescando en este lugar tan extraño y no paraban de hacerme fotos.

Cansado sin obtener resultados en mi pesca lo dejé y hasta ahora.



Lo que antes era el dormitorio principal convertido en taller y posteriormente en sala de exposiciones.

Mi afición de siempre a la jardinería me animó a remodelar el jardín plantando unas cuantas flores que daban un aspecto más agradable al lugar y donde se estaba muy bien bajo el parral en los días calurosos de verano.

Alternaba mi trabajo profesional con las clases del colegio y casi todo el tiempo libre lo pasaba encerrado en el estudio, siempre trabajando, pintando y preparando la próxima exposición que normalmente realizaba por los pueblos de la isla en época de fiestas que eran más concurridas y con mas posibilidades de ventas: siempre he dicho: (dadme público y venderé cuadros) . Normalmente pintaba temas del lugar donde se hacía la exposición, era más fácil que a la gente le gustara tener un cuadro de un lugar conocido o que le traía un agradable recuerdo. Una vez que vendí un cuadro de unos olivos milenarios y el señor que me lo compró me dijo que en ese lugar fue donde besó por primera vez a su novia.

Algunos de los cuadros salían de mi imaginación y cuando alguien preguntaba el lugar al que pertenecía yo le respondía que desconocía el nombre por ser forastero pero le indicaba alguna zona que me venía a la cabeza y él mismo me conducía al lugar exacto: (esto lo pinté en el camino que va a tal sitio...etc. el interesado me respondía: ah ya se donde es y se llama tal o cual ...)

La mayoría de las veces, unos meses antes de hacer una exposición me desplazaba al pueblo para conocer la sala y su capacidad, aprovechaba para hacer un montón de fotos de sus alrededores que después pintaba para de esta forma llevar temas de la zona concreta. Unas semanas antes encargaba unos catálogos e invitaciones a la imprenta que enviaba por correo a los posibles clientes y visitantes de la sala. Un día o dos antes de la inauguración cargaba el coche con todos los cuadros y los colgaba en la sala de turno que también era engalanada y adornada con flores, comprobando el estado de la iluminación para que todo estuviese a punto. Sobre las siete de la tarde se abrían las puertas y empezaban a venir primero las autoridades locales para su inauguración y a continuación desfilaba un numeroso público que eran obsequiados con un refrescante cóctel . Este día era muy gratificante y satisfactorio, obteniendo la recompensa de tantos días de trabajo, escuchando los comentarios de la gente y las alabanzas o críticas que normalmente eran buenas. A veces se dejaba caer algún crítico de arte que publicaba alguna nota del acontecimiento en los periódicos de la isla; algunas críticas eran buenas y otras malas pero como aseguraba mi buen amigo Borrás

Normalmente la muestra duraba de tres a ocho días que después de terminados se recogía el producto de las ventas, a continuación cargaba el coche con los excedentes dirigiéndome a mi hogar normalmente con la alegría de llevar el bolsillo lleno con el abultado paquete de billetes que enseguida Merceditas se ponía a contar y hacía las cuentas de lo que quedaba limpio después de quitar los gastos.

No es un farol que os cuente que siempre me fueron bien las exposiciones, tanto en éxito de público como en las ventas, aunque alguna es cierto que no fue tan bien de lo esperado, la que peor de todas se me dio fue una que realicé en Manacor por Navidad, todo fue preparado como en las demás pero no se vendió ni un solo cuadro. “Fue un fracaso total”, y el motivo no era otro que la falta de público, es posible que en esas fiestas navideñas la gente se encontraba en sus hogares y en familia, sin ganas de salir y menos para ver una exposición de pintura. De los diez días que duró la muestra no entraron más de cinco personas y el día de la inauguración me encontraba tan solo acompañado por el vigilante de la sala dando cuenta del cóctel a lo largo de las horas que esperábamos a que la gente acudiera. Tal como llegué regresé, con el coche lleno y el bolsillo vacío.

Hubo otras que recompensaron a esta, por ejemplo una que realicé en Sóller por las fiestas del Firó: se vendieron casi todos los cuadros el primer día, y posteriormente se terminaron hasta los que me quedaban en el estudio, fue un éxito rotundo.

La primera exposición que realicé en Llucmajor resultó ser algo extraña: a la inauguración asistió junto a las autoridades locales el Gobernador de Palma y varios críticos de arte, visitada por un numerosísimo público a los largo de unas cinco horas de desfile interminable, llegando en ocasiones a estar la sala tan llena de visitantes que no cabía un alfiler, sobre las doce de la noche seguía entrando gente “y sin vender una escoba”, en el centro de la plaza una orquesta ensayaba para la próxima función, dejó de venir público a la sala y opté por cerrar las puertas y marcharme a casa. La exposición solo duraría tres días y tardé en dormirme pensando que sería un fracaso como la de Manacor. Al día siguiente me fui temprano con la intención de aprovechar el tiempo ya que era demasiado corto y me tenía que desplazar desde Sóller por el Coll que resultaba bastante pesado (aún no se había construido el túnel). Abrí la sala sobre las diez de la mañana y enseguida empezaron a entrar visitantes, más espaciados que la noche anterior y con mejores posibilidades de ver los cuadros, llegó la hora de comer y seguíamos sin vender un cuadro. En un bar cercano me comí un bocadillo con una cerveza y regresé para abrir de nuevo hacia las cuatro de la tarde, entraba poca gente, era algo temprano, pero a eso de las siete comenzaron a llegar, no con la afluencia de la noche anterior y se empezaron a vender los primeros cuadros, no daba abasto anotando las ventas y colocando cartelitos de ADQUIRIDO, algunos se los llevaban en el momento después de abonar su importe, sobre las doce de la noche cerré las puertas con el resultado de 23 cuadros vendidos y un buen paquetito en el bolsillo que llevé a Merceditas para que disfrutara contándolo pues ella siempre me esperaba hasta altas horas aunque fuese tarde.

El siguiente día era el último de exposición y como habían quedado bastantes huecos libres en las paredes opté por acercarme hasta el estudio, cargar unos cuantos más en el coche y colgarlos antes de abrir. Al terminar la jornada sobre las once de la noche tan solo cargué tres cuadritos pequeños que me sobraron, me dirigí hacia mi casita con el bolsillo bien repleto y rebosante de alegría.

Como ésta he tenido alguna más pero también las ha habido peores, de vender cuatro o cinco y terminar la muestra con pérdidas, pero así son los negocios; unas veces se dan bien y otras mal.

Cambié el coche, el 850 que empezaba a dar sus últimos coletazos lo vendí y compré un SEAT 1500 Familiar de 2ª mano, estaba en muy buen estado , era enorme, quizás demasiado grande pero muy confortable e idóneo para trasladar los cuadros y pasear cómodamente a la familia que en ocasiones cuando venían los tíos y primas de Madrid a pasar el verano nos desplazábamos con él a muchos lugares de la isla cargados con todos los trastos playeros: mesas sillas y cachivaches. La comitiva excursionista estaba compuesta por cuatro personas mayores, cinco niños y el perro (Boby) que nunca se quedaba en casa.


Uno de los factores que me influyeron para venir destinado a Mallorca fue por mi afición a la pesca y tener la costa marítima muy cerca, además de dos embalses en la montaña donde se recogían las aguas fluviales para el abastecimiento de la Capital donde hacía unos tres años los repoblaron con espléndidas truchas las que se adaptaron perfectamente y hasta empezaron a criar.

A los pocos días de mi llegada me acerqué dando un paseo pues se encontraban a unos dos kilómetros del Asentamiento para echarles un vistazo, pude observar que no existía ningún cartel de coto ni vedado de pesca por lo que a los pocos días regresé provisto de una caña de pescar sin miedo a que me dijeran nada o a infringir la Ley puesto que no había carteles que lo advirtieran.

Parece ser que se encontraban hambrientas pues al primer lance se enganchó en el anzuelo una de casi medio kg. de peso, continué con mi fascinante tarea hasta que pasado un rato y con una media docena de truchas en la mochila, no queriendo abusar me retiré a mi destino con la alegría de mostrarlas a mis compañeros que quedaron asombrados al presenciarlas. Repetí unas cuantas veces sin abusar demasiado hasta que en marzo del siguiente año fue abierta la veda por el ICONA que administraba el coto, anunciándolo a bombo y platillo en todos los periódicos de la isla como un gran acontecimiento y a grandes titulares en primera página: “TRUCHAS EN MALORCA”.

De igual manera que en otros cotos de la Península era necesario estar en posesión de la licencia de pesca correspondiente, la que yo ya tenía desde Segovia donde había practicado este deporte, de modo que el mismo día 20 de marzo de aquel año empezamos a pescar de manera formal y legal.


El día de apertura creo que fui el primero en llegar al pantano antes del amanecer, a las dos horas ya tenía capturados ocho hermosos ejemplares de más de medio kilo de peso, sobre las diez de la mañana se presentaron el Jefe del ICONA acompañado de un montón de periodistas que me hicieron unas cuantas fotos publicadas al día siguiente como el primer pescador que ha pescado la primera trucha en Mallorca. (Si supieran que hacía casi un año que ya las había capturado de manera furtiva.)

Continué mis hazañas pesqueras en solitario durante el tiempo que la veda estuvo abierta hasta mediados de mayo, pasando momentos muy agradables y obteniendo buenos resultados.

Algunos compañeros aficionados a la pesca en el mar se sacaron la licencia y comenzaron a pescar esta nueva y desconocida modalidad para ellos que la mayoría de las veces regresaban a sus casas de vacío por desconocer las técnicas, métodos y artes adecuadas que son mucho más finas y delicadas que en el mar, siendo imprescindible una buena experiencia.


DEL CORAZON DE LOS TORRENTES BROTA LA VIDA, DE LA PROFUNDIDAD DE LOS EMBALSES NACE LA CALMA.


Vida y calma es lo que encuentra un pescador en una jornada de pesca.


Estuve durante algún tiempo colaborando con una revista de pesca que se llamaba FITORA, trataba de la pesca en el mar y sobretodo de las técnicas desde embarcación y de la pesca submarina, pusieron un apartado dedicado a la trucha del que yo me encargaba escribiendo anécdotas y reportajes hasta que se cerró por falta de medios económicos, solo duró unos cuantos meses.

Me hizo mucha ilusión verla expuesta a la venta en un kiosco de revistas en Madrid.


En Octubre de este mismo año me mandan al EVA 7 para realizar el curso de Operador ANTIJAMMIN (Contramedidas electrónicas) con una duración de 5 semanas, muy poco puedo contar de mi estancia en el “Campo de concentración” al que le tomé verdadero asco, tan solo un altercado que tuve con un antiguo y conocido Capitán que se encontraba un día de Oficial de Cuartel, no había nada para cenar, se lo comuniqué y sin hacer nada me dijo que nos buscáramos la vida donde fuera, tuvimos que ir al pueblo, al día siguiente di parte por escrito al General del mando de Defensa, por ello estuve marcado el tiempo que duró el curso; otro con el que llevé el caso del juzgado, al verme me saludó y ni me molesté en devolverle el saludo, le miré y dije que no le recordaba sin más me di la vuelta, y no es que yo sea rencoroso pero eran tan cabrones que merecían eso y mucho más.



Mas o menos por esta época el jefe del Escuadrón me encargó pintara el escudo sobre la pared de la entrada al asentamiento, lo hice con mucho gusto y en recompensa obtuve la siguiente felicitación


Copia de mi hoja de servicios

1978 .- En su anterior situación.- Por escrito nº 2269 de fecha 13 de octubre del actual es felicitado por el Tte.Coronel Jefe del escuadrón de Vigilancia Aérea nº 7, por la colaboración prestada en la pintura del emblema del Escuadrón en la fachada del edificio del asentamiento.- Y en esta situación finaliza el año-


Por los 20 años de servicio me fue concedida la cruz de bronce a la constancia en el servicio, alos 25 años la de plata y a los 30 la de oro.

Copia de mi hoja de servicios

Cruz a la Constancia en el servicio pensionada por O.M. nº 1430/77 de 11 de mayo (B.O.A. nº 159 por 20 años de servicio























Condiciones generales para la concesión
Artículo 3. Requisitos.
1. Para la concesión de la Cruz a la Constancia en
el Servicio son requisitos indispensables:
a) Ser militar profesional de Tropa y Marinería con
una relación de servicios de carácter permanente, o
miembro de la Guardia Civil perteneciente a la Escala
de Cabos y Guardias.
b) Tener cumplidos quince años, para la Cruz de
Bronce, veinticinco años para la Cruz de Plata y treinta
años, para la Cruz de Oro, de servicios efectivos,
con los abonos y descuentos que procedan, conforme
a la normativa aplicable.
c) Haber observado una conducta intachable a tenor
de lo que establecen las Reales Ordenanzas para las
Fuerzas Armadas.
d) No tener, en la fecha de solicitud, delitos o faltas
y las penas o sanciones correspondientes, sin cancelaren su documentación personal.

Ezequiel, uno de los compañeros del grupo era con el que más salía a pescar y estábamos muy bien compenetrados, una tarde paseando por el puerto vimos una pequeña embarcación que estaba a la venta, preguntamos el precio que nos pareció bien y la compramos a medias. “Cala Gamba” que así se llamaba la pequeña barca de 19 palmos que equivalen a casi cuatro metros de eslora, con un motor diesel muy antiguo que se arrancaba a mano con una manivela pero se encontraba en bastante buen estado y funcionamiento. La sacamos al varadero, la limpiamos, calafateamos, lijamos, le hicimos una buena reparación y con un par de manos de pintura quedó como nueva. Compramos todos los artilugios y artes de pesca para el mar incluidos aquellos que estaban prohibidos, teniendo en cuenta que éramos unos furtivos consagrados aquí no podíamos dejar de serlo. Casi siempre salíamos juntos y si en alguna ocasión uno de los dos quería salir solo con amigos o la familia, teníamos un calendario estipulado: los días pares para uno y los impares para el otro, siempre pedíamos permiso al otro si queríamos salir el día que le tocaba a él o viceversa., los gastos de material de pesca y reparaciones etc. eran repartidos a partes iguales así nunca tuvimos problemas.

Como dije, la mayoría de las veces salíamos juntos porque aparte de estar acompañados era bueno por la seguridad, aunque no nos alejábamos demasiado y jamás lo hicimos con mal tiempo.
En ocasiones pasábamos todo el día en el mar levando anclas antes del amanecer, bien preparados de cebos, las artes de pesca en su punto, unos buenos bocatas y una bota de buen vino que nunca faltaba. Solíamos regresar agotados , unos días con mas pescado y otros con menos, casi siempre era repartido en dos partes y cada cual a su casa.

Podría contar un montón de peripecias y anécdotas acaecidas durante este periodo pero me extendería demasiado; hubo un par de ellas dignas de mencionar.
Una tarde estábamos sacando unos palangres y en uno de los anzuelos venía un congrio enorme enganchado, al introducirlo en la embarcación pensamos que era una morena (pez muy peligroso parecido a una serpiente), el bicho comenzó a moverse como un reptil y nos acojonó de tal manera que trepamos al único mástil de la barca como unos monos hasta que nos dimos cuenta de que se trataba de un inofensivo congrio, bajamos y con un golpe seco en la cabeza lo dejamos fuera de combate.

Me saqué el título de Patrón de Barco de 3ª clase, suficiente para manejar hasta un pequeño yate. Para cabrear a Ezequiel, cosa que frecuentemente hacíamos el uno con el otro, me compré una gorra azul con un ancla sobre la visera y le dije que a partir de ese momento me tendría que guardar el respeto debido y cuando se dirigiera a mi lo hiciera con el tratamiento de “mi capitán”.
Una tarde salimos acompañados de dos amigos de la peña con la intención de pescar calamares, el mar estaba algo revuelto pero sin peligro, era normal en esas fechas de diciembre y bueno para la pesca del calamar. Me calé mi gorra de Capitán y comencé a dar las órdenes oportunas para todas las maniobras (de cachondeo). A Ezequiel le nombré Primer Oficial, a otro marinero y al siguiente grumete.
¡¡¡¡ATENCIONNNNNN, SR. OFICIAL, PONGA RUMBO AL CALADERO, SUELTEN AMARRAS!!!! - Y me reía a carcajadas-

¡Venga, hoy nos tenemos que poner morados de calamares!
Otras barcas nos acompañaban por ambos costados y alguna nos adelantaba saludando con la mano. Era una fresca tarde de invierno, al Sol le faltaban un par de horas para ocultarse mientras jugueteaba escondiéndose entre las nubes del horizonte produciendo una vista maravillosa con reflejos luminosos sobre las aguas algo rizadas. Al llegar al lugar donde otros pescadores ya estaban pescando, rápidamente y con ansia nos pusimos a imitarlos para no perder ni un minuto, el momento y lugar parecían ser buenos y los calamares entraban muy bien, cuando mejor nos encontrábamos y los calamares entraban con alegría al cebo, al Capitán le empezó a entrar un mareo extraño y al poco rato comenzó a soltar por la borda hasta la primera papilla, tumbándose en el fondo de la barca con un mareo fatal, mientras los demás se ponían morados pescando y encima se cachondeaban de mi diciéndome:¡ mira, mira, otro y otro..jajajaja!
Yo me encontraba fatal deseando retornar cuanto antes al puerto, así estuve hasta que llegó la hora del regreso y al pisar tierra me sentí más aliviado pero las bromas seguían sin parar de reírse del novato Capitán: ¡vaya Sr. Capitán, que ejemplo!
Ya puedes ir quemando la gorra y el título de Patrón, me decía mi buen amigo Ezequiel.

Al principio de tener la embarcación, como éramos novatos teníamos que aprender de los otros pescadores y en la mayoría de las ocasiones les imitábamos en casi todo, les preguntábamos, aunque a decir verdad, los pescadores tanto aficionados como profesionales eran bastante reservados y nunca soltaban prenda de sus conocimientos y secretos, por lo que nos las teníamos que arreglar por sí solos, de manera que casi siempre salíamos al tun-tun sin saber a donde dirigir nuestros derroteros para una buena pesca, y en más de una ocasión hasta nosotros les despistábamos a ellos a conciencia para reírnos ya que no hacíamos otra cosa. La manera más sencilla de lograrlo era precisamente en el arte de la pesca del calamar que se hacía al atardecer y con muy poco tiempo disponible, de manera que había que aprovechar el poco tiempo de luz disponible. Como desconocíamos el lugar idóneo para practicar dicha pesca nos dirigíamos al azar hacia cualquier sitio que pensábamos podían picar, allí comenzábamos nuestra faena sin resultados positivos, cansados y aburridos hacíamos como que entraban muy bien, haciendo el paripé de sacar y manejando el salabre desde el agua a la barca para que los pescadores que estaban cerca de nosotros nos observaran y pensaran que estábamos sobre el banco de calamares; inmediatamente empezaban a acercarse, momento que aprovechábamos para alejarnos y repetir la operación, haciéndoles seguirnos en nuestro engaño y riendo sin parar.
Cansados de engañar a nuestros vecinos y reír sin parar se hacía de noche y regresábamos al puerto con las manos vacías.

En verano venían los tíos y las primas de Madrid y lo pasábamos estupendamente, nos llevábamos la comida, una nevera con bebidas y frutas frescas. Nos desplazábamos a las calas cercanas con aguas transparentes en lugares paradisíacos, todo el día retozando en el agua, pescando y tomando el Sol ¡¡¡¡GLORIA BENDITA!!!!

Compré una embarcación para mi solo, no es porque me enfadara con Ezequiel ni mucho menos, fue una oportunidad que me salió y no la desaproveché.
Era más grande que “Cala Gamba”y estaba bautizada con el nombre de “Virgen del refugio”, necesitaba algunas reparaciones a pesar de estar bien construida en madera de buena calidad, con un motor diesel de 20 cv., otro auxiliar a gasolina que nunca llevé a bordo por el trastorno de tener que llevar dos tipos de combustible, muy mal por mi parte porque en una ocasión lo eché en falta y mucho.



Tenía la proa ligeramente levantada y navegaba como una pluma deslizándose sobre la superficie del agua de una manera majestuosa.
Era maravilloso navegar con aguas tranquilas sentado en la popa agarrado a la caña del timón y recibiendo la brisa marina sobre la cara, curtiendo la piel con un bronceado característico que no se adquiere en ninguna otra parte..
Estaba bien equipada de toda clase de artilugios para la pesca, hasta palangres y una red de 50 m. que estaban prohibidos para pescadores deportivos que tan solo nos estaba permitido pescar con una línea y un máximo de cuatro anzuelos, yo continuaba siendo un furtivo y cada vez más...
Para que no me descubrieran, los palangres y las redes las calaba al atardecer y los recogía al día siguiente muy temprano en ocasiones con capturas bastante buenas.
Practicaba todo tipo de pesca pero la que más me gustaba era “el currican” con dos cañas; es fácil, cómodo y excitante. Se trata de soltar al agua dos cebos normalmente artificiales en sendas cañas sujetas en las bordas y navegando lentamente cerca de la costa y esperar que algún pez pique y se enganche en el anzuelo; cuando esto ocurre se advierte fácilmente porque se ve la punta de la caña que se dobla y el carrete chirría , entonces se vira a favor de la caña que tiene la presa, juegas con ella y recuperas sedal con suavidad y calma procurando que no se suelte hasta que la tienes a bordo, a veces sabrosos peces de hasta seis kg. de peso. Hay ocasiones que pican simultáneamente a las dos cañas, te vuelven loco, no sabes a cual atender primero pero poco a poco recuperas la calma sacando uno primero y el otro después.
El más grande que picó en el anzuelo no logré verlo, estuvo enganchado unos dos minutos tirando con fuerza hasta que partió el sedal y me quedé sin nada, con la duda de cómo podría ser aquel enorme bicho que tiraba con tanta fuerza; quizás un pez espada o una pequeña tintorera (tiburón de estas aguas).
Un buen día de espléndido sol salí a pescar con dos conocidos que lo hacían por primera vez, quería hacerles pasar una jornada agradable y divertida; a primera hora nada más llegar al lugar sin alejarnos demasiado calé unos palangres con la intención de ponernos a pescar con caña para recogerlos tres horas más tarde. (el palangre es un arte prohibido para pescadores deportivos pero es muy rentable; consiste en una línea con muchos anzuelos cebados que se cala en profundidad con una bolla en un extremo que nos indica el lugar exacto, al levantarlo se puede uno encontrar con gratas sorpresas de buenos peces enganchados). Nos pusimos a pescar tranquilamente y cuando más emocionados estábamos se empezó a levantar una importuna brisa que nos desplazaba suavemente produciendo unos molestos vaivenes en la embarcación, uno de los amigos empezó a marearse vomitando de inmediato por la borda, el otro al verlo también comenzó a vomitar, entonces puse rumbo al puerto que se encontraba muy cerca y desembarqué a los dos enfermos que me lo agradecieron un montón.
Los palangres se quedaron en el fondo del mar, porque si nos hubiésemos parado a recogerlos podría haber cometido una imprudencia y mucho más con aquellos dos principiantes mareados que precisamente uno no sabía nadar. Llegamos a puerto sin el menor incidente y cada cual se marchó a su respectiva casa. Después de comer me asomé a la ventana para ver como estaba el viento observando que amainado y había cambiado de dirección, me fui al puerto y mientras tomaba un café en un bar típico de pescadores pregunté a uno de ellos si sería arriesgado salir a buscar los palangres, me contestó que el tiempo no lo veía empeorar y que él si saldría, le animé a que me acompañara y me contestó que no podía porque tenía que preparar sus redes, sin pensarlo dos veces me metí en la barca, puse el motor en marcha y rumbo al lugar donde se divisaba a lo lejos la boya indicando el lugar exacto.
Comencé a sacarlos lentamente porque en muchos anzuelos venían peces enganchados y la labor era más lenta al tener que desengancharlos, no me di cuenta de que el viento arreciaba, empezó a llover y me puse nervioso, mucho más me puse cuando un golpe de mar me arrancó el timón que quedó flotando a unos metros de la barca alejándose cada vez más, intenté recuperarlo con el bichero resultando imposible.
El motor estaba parado, siempre lo paraba para efectuar estas faenas para no escuchar el molesto ruido mientras trabajaba, normalmente se ponía en marcha a la primera ya que tenía arranque eléctrico y si éste fallaba se hacia manualmente que resultaba sencillo pero la mala suerte y fatalidad hicieron que en esta ocasión fallara el arranque, tanto el eléctrico como el manual.

La embarcación se encontraba anclada sujeta a los palangres que posiblemente estaban enganchados en el fondo.
Continuaba lloviendo cada vez con más fuerza y me dije:
Encendí un cigarrillo y lo primero que hice fue tapar el motor con unas chaquetas viejas que llevaba en el fondo, comencé a secarlo con unos trapos, probé arrancarlo y nada de nada.
Lo intenté varias veces hasta que se agotó la batería.
La línea de palangres que supuestamente sujetaba a la embarcación de alguna forma anclada en el mismo lugar se rompió por la fuerza del viento.
Cada vez me encontraba más alejado de la costa y se estaba haciendo de noche, la cosa se ponía cada vez más fea.
Miraba a mis costados por si veía pasar otras embarcaciones que me remolcaran pero nadie pasó, con más suerte que yo o tal vez prudencia, ya se encontraban plácidamente cenando en sus casas.
Las luces del puerto cada vez se divisaban más pequeñas.
El fuerte viento de tierra me alejaba de la costa.
Volví a repetirme de nuevo: calma Montejo.
Comencé a arrancarlo con la manivela y después de más de una hora purgando y dale que dale a la manivela, ¡¡¡ALELUYA!!!! Se puso en marcha cantando con la alegría de siempre. Nunca en mi vida he oído un rugir tan agradable que me parecieron cánticos celestiales.
Con uno de los remos amarrado a la popa que hizo las veces de rudimentario timón puse rumbo al puerto contra el viento que me daba de cara y el navegar resultaba más lento. Temía si la embarcación se alejaba hacia fuera más que hacia adelante empujada por el viento, aceleré un poco y empecé a divisar los destellos del faro que me indicaba la entrada a la bocana del deseado puerto pero la andadura era muy lenta y se hacía excesivamente pesado, estaba seguro de que algo adelantábamos porque cada vez se distinguían las luces de las casas con más claridad.
El viento y la lluvia me azotaban en la cara, calado hasta los huesos y sorteando grandes olas intentando tomarlas por las amuras con suavidad para no volcar, dos horas después entré triunfante en la mansa bahía dando gracias a Dios. Casi eran las once de la noche, en casa me esperaban muy preocupados y a punto estuvieron de avisar a salvamento.
Amarré la barca en el muelle y al día siguiente le coloqué un cartel en el mástil.
SE VENDE Tef. 630940.
A los pocos días se vendió con bastante tristeza pero con la certeza de que nunca jamás pasaría una noche como aquella que estuve a punto de quedarme en el mar para siempre.

Reanudé mis actividades pictóricas que abandoné un poco por la pesca.

Las cosas empezaron a empeorar en la Base, como en todas partes nunca lo bueno dura para siempre, algunos compañeros optaron por pedir destino a otros lugares que creían mejores. Nos quedamos los cuatro gatos más arraigados a Soller: los casados con una de aquí y yo en particular porque en cierna manera había echado alguna raíz que me retenía; el estudio, las exposiciones, las clases, etc.
Al poco tiempo ascendí a Subteniente y me nombraban servicios propios a mi nuevo cargo, en ocasiones hacía dos días seguidos de servicio y un solo día libre llegando a resultar insoportable sin tiempo libre para nada. Tuve que dejar el colegio y sin tiempo para pintar, las exposiciones se fueron al carajo y el cabreo y mal humor comenzaba a reinar en la casa parecido a la época de Aranjuez.





Un acontecimiento muy importante tuve la ocasión de vivir estando de servicio un día que había caído una gran nevada, prácticamente imposible subir si no se hacía a pié y menos de noche cuando ocurrieron los hechos, seguía nevando, la niebla impedía ver a menos de dos pasos y la carretera con una capa de nieve que se hacía intransitable.
23 de febrero de 1981.
El equipo de trabajo se encontraba tranquilamente jugando una de las muchas partidas de cartas en la sala de descanso, por mayor rango y antigüedad yo era en ese momento el jefe y responsable de las instalaciones y su buen funcionamiento, a eso de las seis y media de la tarde recibo una llamada del COC Centro de Operaciones de Combate, al habla se encontraba el mismo General Jefe del COC, me ordena que abra la caja donde están las órdenes secretas solo para casos excepcionales como el que se nos estaba dando en esos momentos, abro la caja y sin quitarme el teléfono de la oreja, el General me dice que abra el sobre donde pone OPERACIÓN DIANA y acate las instrucciones que en él están escritas y que continúe en el teléfono hasta nueva orden, abro el sobre y las instrucciones eran muy concretas y simples, solo decía que a partir de ese momento se llamara a todo el personal de descanso e incluso de permiso para que se incorporen con la máxima rapidez al acuartelamiento.
En Madrid, en el Congreso de los Diputados se estaba fraguando el conocido y famoso GOLPE DE ESTADO del 23F. a las pocas horas se presentaron algunos oficiales y personal de reserva que subieron caminando para enfrentar la situación. La noche fue muy larga y tensa aunque nunca supimos lo que realmente estaba pasando, solo algunas chispas de noticias en radio y TV, pocas porque la TV estaba tomada por el ejército y daban lo que a ellos solo les interesaba, en todas las emisoras de radio solo se escuchaban marchas militares, sabían más del asunto los que se encontraban fuera en la calle y en sus casas porque las voces corrían como la pólvora, allí arriba separados por la nieve y el secreto del Alto Mando nos tenía prácticamente aislados de todo, ya a eso de las siete de la mañana cuando todo estaba resuelto en el congreso supimos lo que había pasado las 12 horas tensas de la noche anterior.



















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