jueves, 10 de junio de 2010

CAPITULO V 801 ESCUADRON DE FUERZAS AÉREAS SAR

Justamente cuando peor estaban las cosas salieron unas vacantes de nuestra especialidad para el 801 Escuadrón de FFAA. En la Base Aérea de Son San Juan. Lo consulté con la familia y pensando que los chicos pronto tendrían que estudiar en la Universidad sería mejor vivir en Palma y solicité el nuevo destino.


Un cambio brusco, de una unidad de vigilancia terrestre a otra igual pero aérea.










A los pocos días ya formaba parte de una tripulación de vuelo en la que yo actuaba como Operador de Rádar de a bordo, pasé el reconocimiento médico para obtener la aptitud de vuelo en Aviocar D-3b, realicé un cursillo en tierra y una semana más tarde llegó mi primer vuelo.

Siempre tuve mucho miedo a montar en un avión y menos en aquellos tan pequeños y pilotados por unos y otros sin saber si ellos conocían su cometido, aunque los había muy buenos, malos y muy malos con los que pasé buenos y peores ratos de los que más adelante os contaré alguna anécdota digna de mención.


Me entregaron un equipo de vuelo consistente en varias prendas para utilizar en los vuelos, lo que más me gustaba era el mono de vuelo de color naranja que en la calle me confundían con el repartidor de butano pero resultaba muy fresco y cómodo, posteriormente me entregaron otro de color verde caqui, también muy cómodo pero menos fresco.




Mono de vuelo naranja Verde caqui Uniforme de diario normal

Las circunstancias y mi profesión me obligaban a cumplir con mi nuevo cometido y no me quedaba mas remedio que acatar las órdenes, así que una pésima mañana del mes de noviembre, con una gran tormenta sobre la Base, diluviando a cantaros, con rayos y centellas sobre nosotros que podíamos divisar desde el bar donde me encontraba jugando una partidita de dominó con los compañeros, haciendo el siguiente comentario:
¡anda que está el día como para salir a volar!.
En ese momento apareció el Comandante Jefe de Operaciones y me dije: Montejo a volar,
¡me cago en la leche!, mi Comandante ¿con este día?,
¡venga, venga! alguno ha de ser el primero, así te acostumbras......
Mi bautizo de vuelo resultó ser horroroso; me coloqué en mi asiento frente a la pantalla de radar y agarrotado soporté el despegue cagado de miedo pues me habían dicho que aquí estaba el mayor peligro, el aparato comenzó a moverse como una coctelera, se oían estruendos de los rayos y los truenos muy cerca de nosotros pues estábamos atravesando una tormenta bastante gorda, al poco rato dejé de oírlos y empecé a vislumbrar rayos de Sol por la ventanilla, miré comprobando que ya todo estaba despejado, el alivio fue agradecido por mi cuerpo que empezó a relajarse y con tranquilidad me puse a mirar el paisaje desde las alturas, estábamos sobre el mar y a lo lejos se divisaba la línea de la costa y las embarcaciones de diversos colores que navegaban sobre grandes olas.
Al poco tiempo el aparato cambió de rumbo y pude escuchar a los pilotos a través del auricular que nos dirigíamos de regreso a la Base, sentí una cierta alegría y para celebrarlo encendí un cigarrillo, no había terminado de fumarlo cuando miré por la ventanilla y observé que el morro apuntaba hacia unos nubarrones negros como el alma de Judas, no me alarmé demasiado pensando que el aterrizaje estaba muy cercano, y así fue pero en los pocos minutos que duró la maniobra de aproximación, el avión comenzó a moverse de nuevo y casi con más ímpetu que la vez anterior, mi estómago se me empezó a volver del revés, desmadejado sobre mi asiento y con unas ganas terribles de vomitar no me enteré de que el avión acababa de tomar tierra cuando escuché a mis compañeros que decian: ¡Montejo, ya hemos llegado!. Tambaleándome pisé el suelo con ganas de tirarme a besarlo. Tenía un “cogorzo” que no me tenía en pié, mientras el resto de la tripulación se cachondeaba de lo lindo al presenciar mi estado tan lamentable.
El vuelo duró poco menos una hora.
En el bar continuaron las bromas y las risas de los veteranos pero de una manera alegre y con camaradería pues las “tripulaciones”son gente muy distinta a la de los Rádares, muy agradables y casi sin distinciones de clases; desde el Comandante de aeronave, copiloto, mecánico, radarista y buscador, todos formábamos parte de un mismo equipo manteniendo siempre un buen sentido del humor y compañerismo.

Anécdotas y peripecias acaecidas durante este periodo en esta Unidad de Vuelo tengo muchas; buenas y malas, experiencias agradables y muy desagradables, de las que paso a contaros alguna de ellas.

Esta Unidad pertenecía al SAR (Servicio Aéreo de Rescate) y nuestras misiones consistían en acudir a todos aquellos lugares donde se producía un siniestro tanto marítimo como terrestre: desde hundimientos de barcos, búsqueda de náufragos, seguimiento de narcotraficantes y otro tipo de catástrofes en tierra como inundaciones, búsqueda de aeronaves siniestradas en la montaña, traslado y evacuaciones de heridos y enfermos, etc.,etc.
Permanecíamos en alerta las 24 horas del día, nuestro avión despegaba y cumplía su misión a cualquier hora aunque fuese de noche y con cualquier estado meteorológico, siempre que estuviese dentro de los mínimos establecidos, pero a veces los pilotos, gente muy arriesgada se pasaban y nos las hacían pasar canutas a los que no llevábamos los mandos.
En una ocasión me llamaron a casa (yo estaba viviendo en Sóller y disponía de 45 minutos para presentarme a la Base) Cogí el coche y justo me presenté con los motores en marcha, eran las doce de la noche y despegamos con rumbo a las costas de Cartagena en busca de un barco pesquero naufragado en Águilas provincia de Murcia.
Estuvimos casi toda la noche rastreando poco más o menos a ras de agua y como la visibilidad era nula debíamos hacerlo con el radar, el aparato se movía tanto que sin apartar los ojos de la pantalla ni un instante me cogí un colocón que no veas...
Me sentía muy mareado y con inmensas ganas de que aquella búsqueda acabara. El piloto me preguntaba de vez en cuando: radarista, ¿ves algo?
¿cómo podía ver con aquel colocón?
Se veían infinidad de puntos en la pantalla, pues era madrugada y a esas horas los muchos barcos que salían a faenar estaban sobre la superficie del mar y todos eran reflejados en pantalla.
Yo pensaba: ¿Cómo era posible distinguir un barco naufragado entre tantos puntos?
Cada vez que tenía uno se lo comunicaba al piloto, éste descendía vertiginosamente para otearlo y siempre resultaba ser un pesquero o embarcación de recreo.
De nuevo el piloto ascendía y seguíamos volando y buscando; así pasamos toda la noche, hasta que aburridos de rastreos, subidas y bajadas y estando a punto de acabarse el combustible, regresamos a la base con mi consabida alegría.

En otra ocasión fuimos para la búsqueda de supervivientes de otro naufragio frente a las costas de Tarragona, el tiempo estaba en bastantes malas condiciones, (como siempre) nubarrones negros se cernían sobre y alrededor de nosotros con muy poca visibilidad, volábamos muy cerca de la superficie para rastrear con más precisión y poder encontrar a los supuestos náufragos, después de varias horas de intensa búsqueda tan solo pudimos divisar una balsa hinchable sin ocupantes y una nevera flotando en el lugar del siniestro que estaba marcado con una gran mancha de aceite. Después de tanto rastreo nos encontrábamos escasos de combustible y el aeródromo más cercano era el de Gerona, nos dirigimos para repostar y cuando llegamos la única pista de aterrizaje estaba bajo mínimos con una niebla espesa que no se veía ni torta, no nos quedaba más remedio que tomar tierra como fuera pues desviarnos a otro aeropuerto suponía el riesgo de quedarnos a cero con unas consecuencias fatales pero el piloto Capitán Derqui, muy experimentado realizó la aproximación sin ninguna dificultad, no sin evitar que a alguno de nosotros se nos pusieran los cataplines de corbata.

Se pasa muy mal sobretodo en el momento del aterrizaje que cierras los ojos y te pones a rezar para no pensar que el avión pueda chocar con algún montículo, que los cálculos de la pista sean erróneos y sin ni siquiera darte cuenta te precipites sobre un campo cualquiera o en un lugar habitado ocasionando una catástrofe.
Era muy difícil que esto ocurriera pues con los instrumentos de navegación de última tecnología resultaba prácticamente imposible. En una ocasión me dijo un piloto que un avión podría despegar de cualquier aeropuerto, volar el tiempo necesario, dirigirse a otro aeropuerto y tomar tierra con el piloto automático programado de antemano sin ningún problema, me explicó el sistema para el aterrizaje que resultaba más complicado y me quedé algo más calmado aunque sin convencerme por completo. El sistema consiste en un aparato que lleva el avión conectado a otro en tierra justo en la cabecera de pista que emite una señal con exacta precisión dirigiéndose la aeronave y descendiendo tal como le indica el piloto automático.

Otro día que todos lo pasamos muy mal ocurrió en el aeropuerto de Málaga que se había estrellado un Jumbo 747 que al despegar se incendió y fue a precipitarse a pocos metros de la cabecera de pista con un saldo de más de 500 víctimas casi todas calcinadas. Cuando nosotros llegamos estaban en la labor de identificación y en mi vida he presenciado un espectáculo tan dantesco: cadáveres y ataúdes por todas partes, familiares llorando y gente corriendo nerviosa de un lado para otro sin apenas saber que hacer, el olor característico a carne chamuscada flotaba por el ambiente.
Nuestra misión fue trasladar ataúdes a los lugares donde estos pertenecían. Ciertamente os aseguro que fue muy desagradable y lo pasé muy mal.
Estuve varios días sin poder probar bocado y el olor se me pegó de tal manera en la nariz que tardé varias semanas en olvidar.

Solíamos realizar infinidad de evacuaciones de heridos graves desde Ibiza y Menorca, hacia Palma los más leves, a Valencia los quemados y a Barcelona los de corazón.
Una noche fuimos sobre las dos de la madrugada a recoger un enfermo a Ibiza, un hombre aparentemente sin heridas ni lesiones y acompañado por dos ATS, subió al avión por su propio pié y parecía que estaba en perfectas condiciones de salud, pero uno de los acompañantes nos indicó que era un loco peligroso y que no nos preocupáramos porque le habían puesto un sedante muy fuerte, yo pienso que no debió ser tan fuerte porque a los pocos minutos de levantar el vuelo al individuo le dio un ataque de locura que casi nos deja a todos fuera de combate, menos mal que los loqueros se pudieron hacer con el, le colocaron la camisa de fuerza, le administraron otro sedante y se quedó profundamente dormido hasta nuestro destino. La tripulación en general protestamos porque no tomaron las debidas precauciones antes de traerlo al aparato y el Comandante de la Aeronave redactó un informe con la consiguiente queja.

De esta misma manera hemos trasladado heridos de diversa consideración: una chica joven que se lanzó desde un quinto piso, estaba en coma, con magulladuras por todo el cuerpo y en muy mal estado; murió antes de desembarcar. Un niño de unos dos años con el cuerpo casi al 100% quemado tampoco aguantó el viaje. Un señor de mediana edad con insuficiencia cardiaca trasladamos a Barcelona y a los pocos días regresamos a recogerle, ya operado del corazón y en buen estado. Estos causaban cierta alegría, pensar que gracias a nosotros ha salvado la vida.

También se realizaban vuelos de instrucción ordinarios a los que nos desplazábamos a distintos y diversos lugares en los que se aprovechaban para transportar cosas típicas del lugar: Queso de Mahón, jamones de Huelva y Granada, vino de rioja, cava de Reus, wisky, leche en polvo, mantequilla y queso holandés de Melilla, tabaco y electrodomésticos de Canarias.

Por este tipo de cosas la población civil que lo sabía éramos criticados, ciertamente no se perjudicaba a nadie ni se producía ningún fraude, porque las aeronaves debían efectuar forzosamente unas horas de vuelo establecidas para entrenamientos y lo mismo daba volar a Madrid, Cuenca, Zaragoza o Canarias y Ceuta. Era obvio que los vuelos se aprovecharan para este tipo de cosas que nos beneficiaban a todos, los jefes supremos lo sabían y consentían.

También tomábamos tierra en otras bases para recoger algún encargo, mientras esperábamos en el bar aprovechábamos a “papear”; tapitas y comidas típicas de aquellos lugares pues las tripulaciones siempre han tenido fama de buenos comilones; había bastantes con exceso de peso como yo por ejemplo que en pocos meses engordé más de diez kilos, el Capitán Dermqui estaba tan gordo que apenas se podía acoplar en su asiento del puesto de mandos.
Cada miércoles se organizaban comilonas y torradas en la barbacoa del Escuadrón que estaba situada detrás del edificio, bajo unos pinos y muy bien montada con mesas y bancos de madera; aquí se hacían apuestas para ver quién comía más. El record en pinchos morunos lo tenía Derqui con 37, el de codornices a la brasa lo poseía el Jefe del Escuadrón con 23, y yo conseguí sin proponérmelo el record de preparar pinchos para 265 personas.
El motivo de que se prepararan las torradas los miércoles era debido a que se efectuaba un ejercicio de salvamento en el Puerto de Pollensa; venían de todas partes dependiendo a quien le correspondiera por turno: desde el SAR de Madrid, Canarias, Italia, Francia y distintas bases de España para practicar el lanzamiento de balsas de salvamento.
Cuando me encontraba en plena faena en la barbacoa, a punto de comenzar, se veían aterrizar a los aviones y helicópteros con impaciencia y algunos decían que desde el aire se percibía el olorcillo.
























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